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Archivo para abril, 2014

Higiene Minera, Dr. Gonzalo Castañeda Escobar (1868-1947)

A Carmen Castañeda Olea en el centenario de su nacimiento 22 abril 1914 – 8 noviembre 2012.

Presentación

La tecnología progresa como si estuviera bajo la influencia de una inyección de esteroides. No nos da respiro para absorber completamente su última invención. La velocidad de los cambios es mayor que nuestra capacidad para asimilarlos.

En mi experiencia personal nada substituirá la sensación de tomar un libro, sopesarlo, sentir la textura de sus hojas y tener la satisfacción de leer desde la primera hasta la última página.

A través de los siglos el libro ha sido una de los soportes más prácticos y eficientes para expresar y transferir información —textos, dibujos o fotografías— sin tener que articularla y expresarla en persona. Pero ahora, dentro del mundo virtual, los avances tecnológicos metamorfosean a este viejo amigo en soportes más asequibles que en inglés conocemos como ebook[1] y su primo, el blog[2].

Mis primos Claudia Infante Castañeda, Rafael Rodríguez Castañeda y yo deseamos compartir con los lectores de este blog un documento que Claudia editó en una revista académica en 1990[3] y Rafael y yo conocimos en forma de e-book digitalizado por Google. Me refiero a un memorial sobre la higiene en los trabajos mineros subterráneos elaborado en 1896, cuyo autor fue el doctor Gonzalo Castañeda Escobar [4]. Ahora presentamos nueva información y profundizamos el análisis.

 

El encuentro

Soy originario de Pachuca, Hidalgo, ciudad mexicana de larga tradición minera cuyo subsuelo cruzan numerosos túneles que se extienden por largas distancias. Por esta razón no solamente soy referido como pachuqueño, sino también como tuzo. Por tanto, me identifico con la metáfora del tuzo[5], mamífero roedor que cava en la oscuridad en busca de raíces. He tenido que excavar en los archivos para encontrar información sobre nuestros ancestros Castañeda.

El 30 de diciembre de 2013 recibí el comentario de una investigadora de la UNAM sobre la biografía publicada aquí en marzo de 2013, quien preguntaba si existía una versión más amplia del trabajo del Dr. Castañeda cuyo título original fue Higiene Minera Subterránea.

La pregunta me reveló una carencia en mis archivos. De inmediato consulté a mis primos Claudia Infante Castañeda y Rafael Rodríguez Castañeda. Claudia es doctora en Ciencias de la Salud y nieta del Dr. Gonzalo Castañeda; Rafael ha reunido amplia información sobre la familia Castañeda. Simultáneamente encontré en Internet Memorias: Transacciones, Volumen 2, un e-book de Google que es posible revisar en línea gratuitamente.

Página cortesia Claudia Infante Castañeda

El siguiente documento aparece en la página 753 de este e-book:

Higiene que debe observarse

En los

TRABAJOS MINEROS SUBTERRANEOS

Por el

Dr. Gonzalo Castañeda

Para facilitar la lectura del facsímil publicado en 1898 con una tipografía difícilmente legible, el documento original fue transcrito a un archivo PDF y a un archivo en Words para su acceso.

Dr. Gonzalo, Higiene minera Congreso médico pan-americano 1898

Dr. Gonzalo, Higiene minera Congreso médico pan-americano Words 1898

 

El autor

Gonzalo Castañeda nació en Temascaltepec, México, Mex. Fue hijo de Juan Francisco Castañeda Popoca y de María Gabina de Jesús Escobar Mojica. Lo llamaron Julián Gonzalo de Jesús. El registro civil ocurrió a las diez de la mañana el once de enero de 1868. Nació a las nueve de la mañana del día nueve del mismo mes.

Sorprende que su nombre estuviera tan detallado tanto en el registro civil cuanto en el eclesiástico. Por lo general los registros civiles de esos tiempos eran escuetos. Solían anotar un solo nombre de pila. A nuestro autor pudieron llamarlo Julián o Gonzalo a secas. La manera en que lo nombraron es un indicio de que sus padres solamente repitieron su nombre cristiano al registrarlo civilmente.

La primera fotografía que conocemos de Gonzalo data del 11 de enero de 1884, cuando se retrató con su padre y Bernardino, su hermano mayor, en los estudios de Luis Veraza, en la Ciudad de México.

De izquierda a derecha, Feliz Bernardino Castañeda Escobar, 25 años, Juan Francisco Castañeda Popoca, el padre y Gonzalo, a la edad de 16 años.

Suponemos que Gonzalo Castañeda se refiere al año de 1894 cuando dice en su autobiografía:

 “Ya recibido me fui a mi tierra, después me salió un empleo en Guerrero, y aún me sorprende hoy, cómo a pesar de mi ignorancia e inexperiencia pasaba por buen médico. Después, un señor poderoso: D. José Landero y Cos que me había conocido de estudiante, me llamó de Pachuca para nombrarme médico-cirujano de las minas de Real del Monte, con un buen sueldo; allí me hice riquito y ya con dinero se me ocurrió y decidí irme a Europa”.

Antes de trasladarse a Hidalgo debió contraer matrimonio con Basílides Antonia Teresa de Jesús Olea Gómez-Daza porque el recién recibido Dr. Gonzalo Castañeda y su esposa Teresa vieron nacer en Real del Monte a su primera hija el 30 de octubre 1895, a quien bautizaron en la Parroquia de la Asunción, de Pachuca, Hidalgo, el diez de enero 1896 como María Teresa Catalina.

Acta de bautizo María Teresa Catalina Castañeda Olea, 10 enero 1896

Juan Castañeda y Gabina Escobar, padres de Gonzalo, no solo asistieron al bautizo; fueron padrinos de su nieta a la edad de 80 y 62 años, respectivamente. Los abuelos y padrinos hicieron el viaje desde Zacualpan, Edo. de México a Real del Monte, Hidalgo, México. Tanto los datos civiles como los eclesiásticos sugieren que este bautizo fue un acontecimiento familiar.

Todo esto ocurrió a principios de 1896. En noviembre del mismo año Gonzalo presentó el trabajo que ganó reconocimiento internacional.

 

Relevancia del texto

El siguiente documento fue escrito y presentado en noviembre de 1896, en el segundo Congreso Médico Panamericano, ocurrido en México. Lo divulgamos en atención a su gran valor histórico visto desde varios enfoques, todos ellos de gran trascendencia. Hasta donde sabemos es el primer testimonio sobre las condiciones de salud laboral de los mineros en México. Y leerlo hoy nos hace reflexionar. A pesar de los fuertes cambios tecnológicos, científicos y en seguridad social, a casi 120 años de que Gonzalo Castañeda concluyera esta exposición con un proyecto de reformas para proteger la salud de los mineros, sabemos que en el país aún no se cumplen cabalmente muchas de sus propuestas.

Gonzalo Castañeda fue un médico que se autodefinió como clínico y no como científico ni salubrista. Sin embargo, su agudeza analítica y el rigor de su estudio sobre la situación de los mineros cumple los requisitos del análisis científico de un problema de salud pública: observa y vincula meticulosamente los factores asociados a cada enfermedad, daño y lesión de un grupo poblacional, los tres mil barreteros que observó durante dos años. Además demuestra de manera técnicamente sobresaliente cómo los mecanismos “del proceso social del trabajo” minero los llevaba al “perpetuo desequilibrio orgánico y fisiológico” hasta llegar a la muerte. Las defunciones registradas en Real del Monte durante el tiempo en que estuvo allí son indicativas de la gravedad del caso.

El mayor mérito sociológico de este trabajo tal vez no sea identificar los factores sociales que afectaban la salud de los mineros sino describir cómo las precarias condiciones en que habitaban, trabajaban y se alimentaban, determinaban una pésima calidad de vida y la exponían al riesgo de múltiples enfermedades, a la discapacidad y con demasiada frecuencia, debido a accidentes, a la muerte temprana.

El trabajo supera la visión médico-biologicista que por un lado ve como causas a los agentes etiológicos inmediatos de enfermedades y accidentes, y por otro, en forma aislada, ve los factores sociales que los rodean. A la hora de preparar su estudio, Castañeda explica el engranaje de las condiciones que determinan el proceso salud-desgaste-enfermedad-muerte: “…multiplíquese este diario déficit fisiológico por diez o veinte años y sorprenderá la espantosa quiebra que a la postre sufre el organismo”.

Al apreciar la forma en que Gonzalo Castañeda analiza cómo interactúan los “factores de riesgo” con las condiciones sociales de los mineros, comprendemos su posición como médico social y políticamente comprometido. Éste es precisamente el tercer aspecto relevante: como estudio de salud minera, este memorial es único, pionero, pero lo excepcional es que el mismo autor, médico al servicio de los obreros cuyas condiciones de trabajo describe, también presente las reformas indispensables para resolver tal problemática.

Ignoramos cómo llegó al Congreso con este trabajo; no obstante, él reconocía la importancia del médico en la política. En la ponencia clama por que se escuche a los mineros a través de su voz. A pesar del dominio de sus herramientas médicas y después de plasmar en el documento el dolor con que día a día observó y atendió enfermos y accidentados, no es difícil imaginar la palpitación de sus humildes orígenes mineros en el pódium de un Congreso Internacional al levantar su voz para denunciar la situación de vida, trabajo y salud del gremio y exhortar a la acción para modificarla: “Si estos preceptos… los tomara alguna vez el legislador y con su mano reformadora los llevara al fondo de las minas, no sería yo el que viviera reconocido y grato, sino el imponente gremio de barreteros de la República”.

El documento que aquí reproducimos muestra también el riguroso análisis médico, clínico y sociológico que realiza el Dr. Gonzalo Castañeda a partir de una concepción de ciencia aplicada. Son notables su visión sobre el papel que correspondía desempeñar a la salud pública en la salud laboral y el bienestar de la población en general, y su posición política sobre las obligaciones del Estado al respecto. Estas características de su trabajo se resumen en la lúcida síntesis del párrafo que antecedió a su propuesta de reformas, donde vincula estupendamente los resultados de su estudio con las recomendaciones consecuentes:

“Nunca el médico cumple mejor su elevada misión que cuando el mal que descubre y el remedio que aconseja abarcan a extenso grupo de sus semejantes. En este caso particular de que me ocupo, no será seguramente a las Compañías mineras a las que pueden proponerse modificaciones … tampoco quizá al gremio barretero, cuya ignorancia no alcanza a comprenderlas… sino aconsejar las reformas que se juzguen benéficas a los Gobiernos, que son la entidad a quien está encomendado el papel de velar por la salud pública y de interesarse por el bienestar general, y para concluir, señores, nuestros estudios más formales y completos no vengan a resolver el problema en cuestión: [en] «la higiene que debe observarse en los trabajos mineros subterráneos» propongo en el sentido que antes dije, el siguiente proyecto …”

“La medicina es una ciencia social y la política no es más que la medicina en una escala más amplia” decía en la segunda mitad del siglo XIX Rudolf Virshow (1821-1902), eminente patólogo alemán. Sorprende la coincidencia de posiciones entre el Alemán y el Mexicano. Y en ello radica un cuarto aspecto relevante de este documento histórico, originado en un pueblo minero mexicano a finales del siglo XIX, muy distante del capital científico europeo.

Existe un evidente paralelismo de pensamiento tanto en el análisis cuanto en la posición política entre Gonzalo Castañeda y el movimiento higienista, y el de la medicina social iniciado a mitad del siglo XIX en Europa. Los académicos fácilmente pueden pensar que observaciones similares con sistematización y rigor científico llegan a conclusiones parecidas. Efectivamente, así son la lógica y la ciencia. Eso es relevante pero no excepcional en la historia; lo que destaca es la coincidencia de la construcción del problema de salud, bajo la perspectiva de la medicina social y la posición política análoga en dos ámbitos completamente diferentes en términos sociales y de recursos científicos. ¿Por qué?

El documento se titula “Higiene que debe observarse en los trabajos mineros subterráneos”. Aunque el título sugiere un enfoque higienista de la salud pública para describir las riesgosas condiciones a que estaban expuestos los mineros, que en teoría se podían modificar, pero cuya “ignorancia no alcanzaba a comprenderlas”, en el fondo, el trabajo documenta una denuncia orientada a cambiar la política pública sobre tales condiciones de trabajo.

Por otra parte muestra cómo transformar el concepto de la higiene orientada a modificar conductas o hábitos individuales asociados a riesgos a la salud para adoptar un enfoque colectivo cuyo propósito es cambiar los determinantes sociales y económicos de esas condiciones de salud. En tal cambio interviene el compromiso de los médicos para sustentar clínicamente la causalidad social de los procesos de salud–enfermedad laboral.

Conviene aclarar que la higiene pública es un concepto surgido en Francia en el siglo XIX (Foucault, 1977) que abarca lo que posteriormente siguió denominándose «medicina social», e inicialmente se refería a la forma como se “controlaban” los elementos del medio material que afectan a la salud. Según Foucault[6], la higiene pública constituye una “variación refinada de la cuarentena derivada de las epidemias que debió afrontar la gran medicina urbana del siglo XVIII en Francia” (Op. Cit. p 14). Por ‘salubridad’ se entiende sólo el estado de las cosas y del medio sin intervención alguna. En la forma de concebir los determinantes de la salud y los mecanismos para modificarlos cuenta no sólo la ciencia, sino también la posición política.

Ahí está la importancia de los elementos arriba mencionados, el doble enfoque de este documento: científico y político. Por un lado, el análisis científico de Gonzalo Castañeda articula los determinantes sociales, con la etiología del desgaste y proceso de enfermedad-muerte del minero en cuanto a la práctica de su oficio “que abrevia su vida o se suicida con su propia ignorancia … sin una voz inteligente y salvadora que los detenga[7], bajan a los tiros a matarse materialmente o a abreviar los días de su vida porvenir; registrándose sin cesar desgracias accidentales de unos, notoria agravación de otros, muerte rápida en muchos”.

Por otro, muestra el resultado, es decir, la forma en que están construidas las condiciones de vida-trabajo-desgaste-sobrevivencia-muerte de los mineros “…después de una velada de pesada labor, al siguiente día que debieran dedicar al reposo o a resarcir el sueño, por causas de orden vario, sólo duermen un promedio de cuatro horas y según ellos mismos lo enseñan, con un sueño interrumpido y no reparador”.  

Como conclusión ineludible, propuso cambios en tales condiciones de trabajo, algo más ambicioso que el control de agentes etiológicos (posición de la medicina biologicista). Más aun, los cambios que propuso apuntaban a mejorar las condiciones de trabajo y de vida en la comunidad de mineros: un enfoque desde la perspectiva de la medicina social mexicana. Es decir, no sólo fue pionero en la salud pública sino que fijó la posición crítica de la medicina social, a finales del siglo XIX en nuestro país.

Es indispensable referir un quinto aspecto valioso de este documento en el contexto mexicano. El proyecto de reformas que Gonzalo Castañeda propone fue insólito durante el porfiriato (1876-1911), régimen en que no hubo la menor previsión legal que protegiera a los trabajadores.

En su multifacética labor médica, como clínico, maestro y autor de diversos libros así como de líder gremial, durante toda su vida a Gonzalo Castañeda lo caracterizó una forma de concebir y ejercer la medicina: la protección a los pobres en el sentido en que Virchow concebía a la medicina social. Una de las responsabilidades de los trabajadores de la salud era fungir como médicos de pobres. Después que se desempeñó como médico de la compañía minera de Real del Monte, Gonzalo Castañeda viajó a Europa para especializarse como cirujano y obstetra. Su fuerte fue siempre la clínica. De regreso en México fue director del Hospital de Jesús durante 30 años, mismos que trabajó sin salario. Renunció a esa retribución porque se trataba de un hospital para pobres. También jugó un papel fundamental en el liderazgo de la Academia Nacional de Medicina y para conformar y fundar la Academia de Cirugía; fue maestro de muchas generaciones en la Escuela de Medicina (Universidad Nacional) y en el Colegio Médico Militar.

Antes de reproducir este documento, conviene ver hasta dónde han mejorado las condiciones de vida y de trabajo de los mineros en nuestro país en 120 años.

Como lo refiere la cita de su autobiografía que presentamos arriba, el doctor Gonzalo Castañeda llegó al estado de Hidalgo en 1894 contratado para atender a los mineros. Lo invitó a desempeñar este puesto don José Landero y Cos, a la sazón, gerente de la Compañía Real del Monte y Pachuca. Conviene advertir que fue su primer empleo formal, después derecibirse, en julio de 1893. Al joven médico de 26 años le resultó familiar el medio donde trabajaría porque Zacualpan, donde vivió su infancia hasta el día en que salió para continuar sus estudios medios y superiores, era también un pueblo minero. Su propio abuelo paterno entregó su vida a la minería. Según su acta de defunción “falleció de dolores de cascado”[8]. Su padre trabajó en la minería como azoguero cuando el beneficio de patio era el procedimiento común para extraer la plata[9], Sabemos que de niño, Gonzalo, curioso y agudo, pedía permiso en la escuela para llevar a su padre el desayuno o el almuerzo. Desde entonces conoció la vida cotidiana de los mineros, dentro y fuera de las minas. Cuando llegó a Real del Monte su misión era ser médico clínico: atender a los mineros enfermos o lesionados. Pronto se dio cuenta de que era un proceso sin fin porque los determinantes sociales que producían los daños a la salud permanecían intactos.

Penetrante y fino observador, ese desafío lo llevó a aplicar la medicina como instrumento para descifrar esa trama. Caso por caso, paciente tras paciente, documentó la problemática de ese grupo laboral y concluyó que era producto de las condiciones infrahumanas de sobrevivencia, de las patologías y patrones de morbilidad derivados de sistemas de trabajodesconsiderados, que también causaban alta mortalidad temprana. Más de un siglo después, esa labor analítica sigue siendo técnica y socialmente compleja para los científicos actuales.

Hacia el fin del siglo XIX en el país no existía legislación laboral que reconociera derechos a los trabajadores; mucho menos que los protegiera con medidas de higiene y de seguridad. Toda la vida económicamente activa de nosotros, lectores en el siglo XXI, ha transcurrido bajo la vigencia de la Ley Federal del Trabajo. Por tanto, nos cuesta trabajo ponderar esta noción, pero en el contexto que tocó vivir a Gonzalo Castañeda su memorial sobre la situación de los obreros en los establecimientos industriales cobra mayor relevancia: eran condiciones de esclavitud, aunque no se llamara así.

Visto únicamente desde el punto de vista informativo, este documento sería un reportaje extraordinario sobre la vida cotidiana de los mineros en México. Sabemos que fue más que eso porque propuso preceptos que con las mismas palabras o con otras, más tarde aparecieron en las leyes.

Dentro de la obligada brevedad de un texto que leería ante un congreso, la ponencia de Gonzalo Castañeda refirió los siguientes rasgos de los barreteros —rango elemental dentro del gremio minero—: las edades a las que comienzan a trabajar —8 a 12 años— y a la que aún continúan —60 años—, su nula escolaridad, las bárbaras jornadas —hasta 36 horas ininterrumpidas— día y noche sin que su cuerpo tuviera ni la luz del día como referencia biológica; sin alivio físico más allá de la tolerancia al agotamiento, al hambre, al daño y a las lesiones; la falta de oxígeno y la incomunicación; las cargas que transportan sobre la espalda; el calor subterráneo, la deshidratación, la insoportable sed y la forma común de calmarla: pulque y agua contaminada.

…hasta hoy la Higiene no ha penetrado suficientemente al interior de las minas a observar las condiciones en que trabaja esa aglomeración de hombres, que pasan la vida entregados a las rudas labores subterráneas…

Su descripción penetra la profundidad a que descienden y desde la que tienen que subir tras haber trabajado; el tiempo del ascenso; el polvo y los gases tóxicos que respiran; el olor, difícilmente soportable de las minas; la combustión de petróleo para calentar comida e iluminar los socavones; los consecuentes óxidos de carbono; la cercanía del trabajo a sus defecaciones, así como el volumen acumulado de materia excrementicia; oscuridad, goteras y humedad; el trabajo en el fango; las enfermedades respiratorias y dermatológicas a que se exponen; falta de normas de seguridad para efectuar las detonaciones; ausencia de cascos protectores, golpes en la cabeza; precarias escaleras y puentes de paso. En suma, la vida en peligro cada minuto y finalmente, el cómputo de lo que entonces se registraba sin pruebas clínicas: lesiones por accidente y muertes.

Gonzalo Castañeda no se limitó a describir el infierno que había en la profundidad de las minas: tanto el análisis como el enfoque de su estudio contribuyeron a que empresarios, legisladores, autoridades médicas y laborales entendieran que el trabajo de los mineros —una actividad no conceptualizada claramente como tal— era un problema de salud pública que demandaba, obligatoriamente, una política pública.

Como trabajo científico identificó con precisión los factores de riesgo cotidianos que conducían a los mineros a la muerte. Las causas eran evitables y prevenibles. Ese fue elnúcleo de su denuncia médica.Identificó los aspectos donde había que intervenir para proteger la salud y vida de los mineros, principalmente aquellos que concernían a la legislación laboral. Como ponencia política, es excepcional para su época: concluye recomendando 24 propuestas concretas. Ese fue el núcleo de su denuncia política y laboral.

En su ponencia, Gonzalo Castañeda revela el compromiso social que el médico clínico y el sanitarista deben poseer, y que pocas veces encontramos en la actualidad. El médico clínico dedica su poco tiempo a identificar síndromes, pasando por alto o asumiendo como obvios, inevitables o fuera de su competencia factores de índole social. Cree que no conciernen a los médicos. Es así como se orienta a diagnosticar y prescribir medicamentos. Con tales límites justifica y acota sus responsabilidades profesionales —ya rebasadas por la realidad.

Actualmente el “profesionalismo” se entiende como sinónimo de “competencia clínica individual” y el compromiso social —como si lo social fuera sinónimo de ‘público’— se delega a los epidemiólogos, a los investigadores cuyo profesionalismo se orienta al cumplimiento de la metodología científica para analizar las poblaciones. A su vez, es frecuente que los investigadores reduzcan sus análisis a indicadores que técnicamente denominan factores de riesgo, aún cuando a menudo se refieran a ellos como “determinantes sociales de la salud”.

Estos conjuntos de indicadores pasan a ser denominados “estilos de vida” sin comprender las causas últimas estructurales que los determinan. Castañeda hace una nítida descripción etnográfica del contexto en que los mineros vivían, del desgaste humano cotidiano y la patología que los lleva inevitablemente a una muerte precoz. Además, sistematiza la incidencia de las patologías, de sus interrelaciones, describe sus causas inmediatas (“factores de riesgo”), su cadena causal y sus determinantes. Los análisis que expone atraviesan —o más bien, rasgan— los órdenes, de la escala micro social y microbiológica hasta la escala macro social y política.

Desde una perspectiva histórica este trabajo es un clásico de la salud pública. A Gonzalo Castañeda también se le atribuye el mérito de haber identificado al organismo causante de la anemia entre los mineros, el parásito Anquilostoma duodenalis (1904). Sin embargo esto no fue así. Ahora sabemos que los egipcios ya lo reconocían en un papiro desde 1600 aC. En 1843 Angelo Dubini describió y denominó al organismo y a finales del siglo XIX Arthur Loss describió su ciclo de vida: larva que penetra por la piel, usualmente a través de los pies, que pisan heces fecales de personas que padecen la enfermedad. Que Castañeda haya identificado independientemente este organismo es posible, y si ocurrió así fue después de haber escrito el documento que aquí presentamos, donde refiere que los barreteros se quejaban constantemente de la llamada anemia minera y describe con especial detalle el gravísimo problema sanitario de los excrementos en las minas: “…noto en sus trabajos tantas deficiencias desde el punto de vista higiénico, que adivino fácilmente las peores condiciones en que vivirán los operarios de otros centros mineros del país”.

Desde el siglo XIX la minería había alcanzado progresos técnicos espectaculares. Existían equipos de perforación, ademe, iluminación y ventilación de tiros y túneles totalmente mecanizados que se movían a base de vapor. Muchas operaciones riesgosas se ejecutaban a control remoto. Ahora existen técnicas y equipos aún más eficaces y seguros, así como normas de seguridad personal que los mineros de hace 120 años jamás hubieran imaginado.

El problema de entonces no era la tecnología ni la seguridad mineras, sino la aplicación de tales estándares del progreso en las minas del país. Ciertamente, las inversiones para instalar ese tipo de maquinaria y los sistemas de protección de los mineros constituyen un obstáculo. Pero la resistencia de los empresarios mineros a modificar sus prácticas de extracción mineral sin dejar de implicar la explotación humana, es todavía mayor. Antes faltaban conocimientos, tecnología y normatividad. Ahora los hay, pero se les pasa por alto. Al menos en México, prácticamente no existe mejora material gratuita en las minas; la gran mayoría surgieron como conquista laboral, lo cual implicó largas luchas sindicales y tensiones entre los intereses de los mineros y sus patrones. Otras mejoras han surgido de los escándalos cuando los medios documentan accidentes en las minas y surge la presión pública, las más de las veces paliativa y temporal.

Antes de dar paso a la lectura del memorial del doctor Gonzalo Castañeda conviene citar unos cuantos ejemplos de lo ocurrido en las minas de México a partir de 1896, el año de este estudio, para contar con una mínima perspectiva histórica.

1906: Las minas de cobre de Cananea empleaban a seis mil mineros mexicanos y alrededor de seiscientos norteamericanos. A los mexicanos les pagaban la mitad de lo que ganaban los extranjeros. En protesta, el 31 de mayo los mineros del tercer turno pararon labores. La respuesta de la empresa y de las autoridades gubernamentales fueron la represión, el asesinato de líderes y el cerco de hambre a la población. Por algo esa huelga cuenta entre los antecedentes de la Revolución de 1910. En un caso de estos, en búsqueda de justicia y mejoramiento para el minero, Abraham Castañeda Hidalgo, un ancestro nuestro, perdió su vida después de haber sido golpeado y dejado a su propio destino en los cerros del Real del Monte.

No obstante, interesa destacar un paso adelante de los mineros: su toma de conciencia y la articulación de sus motivos, como lo revela la carta que José Ma. Carrasco, vecino de Cananea, dirigió al gobernador Rafael Izábal, el 4 de junio de 1906, al cuarto de huelga:

“Respetando su alto lugar que guarda me concreto a decirle a usted en nombre del pueblo lo que sigue. Sr., acordaos de la desnudes, del ambre y de otras necesidades que sufre toda la gente umilde de pocas proporciones y de poco ynteligencia, hay días que solamente dos veces comen porque tienen numerosa familia o algún enfermo. 3 pesos es un miserable sueldo para comprar leña a 16 pesos y una casa pocilga de una pieza a 15 pesos, doctor a 3 pesos, agua a 5 pesos, un mal calsado a 6 pesos… y otras tantas cosas que sería imposible enumerar. Ah, pero tenemos que humillarnos los mexicanos porque si levantamos la voz nos la calla nuestro gobierno con sus ballonetas sostenidas por su mismo pueblo. Ved, alzad la vista y bereos la desnudes en todo el pueblo. Procurad contentar al pueblo de alguna manera y no tratarlo mal porque el pueblo tiene ambre y más tarde más y si no se proporciona algo tendrá que arrojarse contra las despensas y almacenes de este lugar resueltos a morir. Que bien cierto de que no ará Ud. aprecio de esto, pero tendrá más tarde que lamentarlo”.

1920. 10 de marzo. Al darse cuenta que la mina El Bordo se había incendiado, J. F. Berry, John B. Silbert y Alan Ross, clausuraron la boca de los tiros de El Bordo y La Luz con planchas de madera, acero y concreto para sofocar el fuego. Les importó más su inversión que la vida de alrededor de 80 mineros que quedaron sepultados.

El Bordo, al norte de Pachuca, formaba parte de la Compañía Santa Gertrudis. Para clausurar los túneles, los señores empresarios contaron con la anuencia de Ernesto Castillo, gobernador interino; de Ignacio Segovia, alcalde de Pachuca, y del Juez de Distrito.

Foto Mina Santa Gertrudes, Pachuca, Hidalgo, México por el fotógrafo José Bustamante Valdés

Las minas El Bordo y La Luz estaban interconectadas con las de Santa Úrsula y Santa Ana, pero la Compañía Real del Monte y Pachuca también ordenó tapar esos túneles. La presión social hizo posible que una brigada de salvamento destapara Santa Ana. Hallaron a tres mineros, muertos por asfixia.

Los tiros permanecieron sellados seis días. Al reabrirlos hallaron más de 68 cadáveres en distintos niveles. Quienes consiguieron llegar hasta los accesos taponados dejaron signos de desesperación: uñas y dedos clavados sobre las tapas de madera. Lo demás era, según un testigo, “barbacoa humana”. Diez días después descubrieron siete sobrevivientes en un túnel cercano a Sacramento.

1934. Fundación del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos, Siderúrgicos y Similares de la República Mexicana (SNTMMSRM). El sindicato minero se afilió a la naciente Confederación de Trabajadores de México (CTM).

1935. 17 de noviembre. Los mineros al servicio de The Cananea Consolidated Copper Company S.A., entonces agrupados en el Gran Sindicato Mártires de 1906, se adhirieron a la organización nacional y formaron la sección 65 del Sindicato Industrial de Trabajadores Mineros Metalúrgicos y Similares de la Republica Mexicana, hoy sindicato nacional.

1965. En la mina Purísima de Real del Monte, el 8 de mayo a las 2 de la tarde con 10 minutos una jaula —llamada ‘calesa’— con 30 mineros a bordo se precipitó del nivel 400 al 550. Era sábado. Los trabajadores del nivel 400 que habían laborado el primer turno se acomodaron en los dos pisos dela jaula que habría de llevarlos a la superficie. En vez de subir, de repente comenzaron a descender a gran velocidad. La caída dio en el fondo del tiro. 27 mineros murieron ahogados, tres sobrevivieron. A pesar de las piernas fracturadas, lograron asirse al travesaño de la calesa. Los rescataron horas después.

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Foto Hacienda de Beneficio, «Purisima Grande», Pachuca, Hidalgo, México por el fotógrafo José Bustamane Valdés

El desastre se debió a una distracción del calesero. Descuidó el ascenso y en cuestión de segundos, la velocidad descendente fue incontrolable. Los perros, ganchos dispuestos en los costados de la jaula que en la emergencia debieron abrirse y aprisionar las guías de madera por donde se desliza la jaula, tampoco se activaron.

1969. El 31 de marzo de 1969 en el poblado de Barroterán, municipio de Múzquiz, Coahuila, se produjeron dos explosiones. El pueblo escuchó las fuertes detonaciones debidas a la acumulación de gas metano en las minas dos y tres de Guadalupe. Decenas de trabajadores que se encontraban laborando en el segundo turno quedaron atrapados. 153 murieron.

Las explosiones de Barroterán cuentan entre las mayores tragedias mineras en la historia, no sólo de la región carbonífera de Coahuila, sino del mundo.

2006: El 19 de febrero, en un pocito de Pasta de Conchos, una de las 600 minas de la región carbonífera coahuilense, 63 mineros murieron sepultados tras una explosión. Nuevamente la causa fueron las precarias condiciones de seguridad: la detonante fue una chispa surgida de los arreglos eléctricos improvisados y/o de equipos de soldadura impropios para un ambiente gasificado y lleno de polvo de carbón, tan explosivo como la pólvora. En cuestión de horas, la empresa hizo desaparecer bitácoras, planos, estudios geológicos y mediciones de gas que hubieran puesto en evidencia la criminal irresponsabilidad del Grupo México.

En 120 años la higiene en las minas ha cambiado radicalmente; también las condiciones de seguridad subterránea. Hay normas que rigen la minería. El problema es que hay minas donde no se aplican o que aparentemente se aplican.

He aquí gracias a Rafael Rodríguez Castañeda, la ponencia transcrita con la ortografía vigente y en una tipografía fácilmente legible.

Higiene Minera por el Dr. Gonzalo Castañeda Escobar

Bibliografía

Infante-Castañeda Claudia. Clásicos en Salud Pública. Presentación. Higiene que debe observarse en los Trabajos Mineros Subterráneos. Gonzalo Castañeda. Salud Pública de México 1990; 32 (3): 364-365.

Más fotos por el fotógrafo J. Bustamante Valdés pueden ser vistas visitando https://ancestroscastaneda.wordpress.com/2013/10/21/fotos-antano-pachuca-hidalgo-mex/

 

Claudia Infante Castañeda

Rafael Rodríguez Castañeda

Ricardo Castañeda Guzmán

 

 

[1]. ‘e-book’ sintetiza dos palabras: electronic y book (libro electrónico).

[2]. Blog es el compuesto de dos palabras también en el idioma inglés, web y log (bitácora digital).

[3]. Salud Pública de México. Jul-Ago de 1990. Vol. 32, Núm. 3. Pp. 366-372

http://bvs.insp.mx/rsp/articulos/articulo.php?id=001749.

[4]. Este documento se complementa con el artículo biográfico que publicó este blog el 19 de marzo 2013, y que es posible encontrar en el siguiente enlace:

https://ancestroscastaneda.wordpress.com/2011/05/09/dr-gonzalo-castaneda-ecobar-1869-1947/

Aunque este trabajo esté antecedido por otras notas introductorias, en esta publicación lo relacionamos con la vida personal y profesional de su autor.

[5]. El nombre original del roedor es ‘tuza’, pero el léxico deportivo lo ha generalizado como sustantivo masculino.

[6]. Foucault, Michel. Historia de la medicalización. Educación Médica y Salud 1977; 11 (1).

[7]. La actitud de los mineros y de la población que el doctor Castañeda conoció en Real del Monte a fines del siglo XIX contrasta con la que existió dos siglos atrás, según el siguiente antecedente histórico: “En el verano de 1766 los mineros de Real del Monte… desarrollaron una importante huelga industrial sin sindicato ni ideología política que los sostuviera. Fue la primera huelga en la historia laboral mexicana y la primera huelga en América del Norte. La palabra ‘huelga’ fue reconocida oficialmente en los diccionarios del español hasta 1884 y los trabajadores de Real del Monte nunca la utilizaron. Sus esfuerzos representaron luchas que implicaban su trabajo, su modo de vida y sus decepciones… Fue posible que se inconformaran así gracias al consejo y las medidas que tomó gente amistosa y con reconocimiento social en el pueblo”. Doris M. Ladd. The making of a Strike. Mexican Silver Workers’ Struggles in Real Del Monte 1766-1775. University of Nebraska Press. 1988.

[8]. ‘Cascado’ era la denominación coloquial para quienes padecían silicosis.

[9]. Los metales preciosos se obtenían mediante la mezcla del mineral pulverizado con agua, sal, mercurio y otros compuestos. El azoguero determinaba la proporción de sustancias en la mezcla, según las propiedades de una muestra del mineral por beneficiar.