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Archivo para la Categoría "Parte VI"

Don Juan Francisco Castañeda Popoca (1816-1898), Parte Final

JFCP Parte Final

11 de agosto de 2015

Conclusión.

…Nuestro presidente [probablemente se refiere a Guadalupe Ordóñez, el minero que dirigía el trabajo colectivo] ordenó que a cada uno de los tres nos tocaría una semana desempeñar el trabajo de cocineros; faltaba que a él le tocara, [luego, se las debía arreglar con los víveres que había comprado].

Juan, mayor de 68 años de edad, después de 1884

Hay casos en que una historia se explica mejor si se cuenta a partir del final. Tal es el caso del siguiente relato que Juan escribió:

“Este episodio, bien se ve que es bastante simple, que no tiene ningún chiste; pero la primera vez que lo referí, fue porque en efecto me pasó. … Hoy lo escribo por haberme encarado escribir aún lo mas insípido é insignificante que me haya pasado”.

Durante ese tiempo Juan ejercía su profesión de azoguero en la hacienda de arrastras[1] nombrada Nombre de Dios, cual pertenecía a Montúfar, Ayala y socios.

Imagen Google

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La hacienda distaba legua y media (6.3 Km) de su hogar en Zacualpan. Un lunes en que regresaba a su trabajo después que cayó un diluvio, encontró que el río de Chontalpa se había ensanchado, corrían aguas turbias y arrastraban cuanto hallaban a su paso, inclusive palos y basura que había en las ampliadas márgenes.

Juan consideró el cruce con precaución. La situación le pareció grave. Si la corriente era voluminosa y rápida —pensó— lo podía arrastrar en el intento de cruzarlo. Bien sabía que no era el mismo muchacho que nadaba, hacía maromas y clavados en la gran poza llamada El Salto. Sabía nadar, pero decidió sentarse al pie de un sabino[2] a esperar que alguien pasara a caballo para que lo llevara hacia la otra orilla. También pensó que si tal samaritano venía a pie, entonces lo ayudaría tomándolo del brazo. El apoyo de dos personas resistiría la fuerza de la corriente y así serían capaces de alcanzar la otra orilla.

El siguiente párrafo que escribe es un deleite porque me ubica dentro de su mente cuando su imaginación corre al decir:

Cuando ya me haya pasado, le preguntaré “¿Cuánto le debo?” Y al mismo tiempo meteré mano a mi bolsa, y tal vez me dirá: “No es nada, don Juanito” —porque con este diminutivo me nombran casi todos los que me conocen—. Se los agradezco. Y si no me dice esto que espero, le diré: “Hombre o amigo, no tengo nada en la bolsa”. (Porque en efecto, estaba yo a raja). “Pero en la primera vez que nos veamos le pagaré a usted bajo palabra de honor”.

Cuando “Juanito” dice «estaba yo a raja» nos da a entender que aún seguía en bancarrota. No contaba con caballo, y aunque la distancia a su trabajo era relativamente corta, prefería recorrerla a pie una vez a la semana. Se presentaba el lunes para regresar el sábado.

Vio pasar la corriente por un buen tiempo, y comprendió que tendría que hacer algo, pues se estaba haciendo tarde y no aparecía nadie que lo ayudara cruzar el río.

La fuerza de la corriente generaba torbellinos, saltos y brincos. Juan se dijo:

“Si me tumba el agua y salgo antes que me lleve hasta donde este río se junta con el otro que se reúne con éste a las treinta o cuarenta varas, ya me salvé; pero si antes no salgo, ya no cuento el cuento”

“¡No hay remedio! ¡arriesgar el todo por el todo!”

Juan se consiguió un bordón, hecho de una rama del sabino. Para probar su resistencia intentó quebrarlo en la horqueta de otro palo. El improvisado bastón resistió. Era sólido y fuerte:

“Con éste cuento”.

Juan envolvió su ropa y pertenencias en su sarape, junto con su pistolón de chispa —pues tenía cuentas no liquidadas con un enemigo—, aseguró el bulto con su cinturón, formando un corto mecapal que se ajustó en la cabeza; lo aseguró con la falda de la camisa y desnudo, con sólo la camisa encima, se dispuso a cruzar.

Antes de internarse en la corriente, con mucha devoción se persignó, rezó un credo, hizo un acto de contrición y pidió perdón a su Dios por todos sus pecados.

Tembloroso y pálido dio el primer paso. A cada paso que avanzaba que daba sobre el cauce fangoso bandeaba con el palo, en busca de alguna inesperada profundidad. No encontró irregularidades peligrosas y llegó a la otra orilla sin que el agua le cubriera arriba de la media espinilla. El área del río que cruzó era ancha pero no profunda.

Después de tanto anhelar que alguien lo ayudara a cruzar el río, ahora deseaba que nadie viniera y lo viera en tan triste figura, pues seguramente se reirían de las condiciones en que se encontraba.

Esa noche en la hacienda contó a todos los presentes —inclusive a Feliz Díaz, la señora de la casa, su aventura de aquella mañana. La mujer le dijo:

—Juan de mi alma: Y cuando estabas al pie del sabino, ¿que pensabas?

—Qué había de pensar —le respondí—, que quién sabe si aquel era el último de mis días. Y lo que mas me apuraba era que he sido muy poco bueno. “En toda mi vida nada bueno has sido; ya que hubieras sido siquiera un poco”.

Algunos le hicieron preguntas; otros describían cómo lo imaginaban al pasar el río, lo compadecían o se reían de él.

Escribir sobre la vida de Juan siempre ha sido cosa seria, no sólo porque es mi re tatarabuelo, sino porque lo considero como un libro abierto dentro de un antiguo México. Pero debo admitir que esta historia me hace reír cuando lo imagino en actitud de espera, con ansiedad y preocupación, y después, cruzar desnudo, apoyado en su bastón, con su bulto a espaldas sólo para enterarse que lo pudo cruzar sin ningún problema. No me río, de él, sino con él.

Al siguiente día don Gertrudis Ayala, su esposa, dos de sus hijas y don Ignacio Ayala, su hermano, llegaron a la hacienda. Mandó por Juan. Y don Gertrudis le pidió que repitiera la historia:

—He mandado llamar a usted para que nos refiera todo lo que le pasó a usted ayer cuando venía, en el río de Chontalpa.

Juan vaciló por un instante, inhibido por la presencia de las hijas de Gertrudis. Eran tan bellas que le parecieron “un pedazo de cielo estrellado, y que oyeran todo lo que me había pasado, no dejaba de ser para mí muy penoso”.

—Señor, para hablar sinvergüenzadamente necesito de tomarme una copita de mezcal, porque ella me quitará el temor y la vergüenza.

Sin un momento que perder, le dieron su copita y Juan empezó a contarles su historia, la que manifestaron agradarles, riéndose en ciertos puntos más que otros.

Retrospectivamente Juan escribió:

“Este episodio, bien se ve que es bastante simple, que no tiene ningún chiste; pero la primera vez que lo referí, fue porque en efecto me pasó. Y para hacer ver por qué motivo había llegado tarde. La segunda por que así me lo pidió uno de mis patrones. Lo festejaron tanto; sería mas bien por simpatía hacia mí y alguna especialidad o entusiasmo al expresarme. Hoy lo escribo por haberme encarado escribir aún lo mas insípido é insignificante que me haya pasado”.

Edad de Juan y año no conocidos

Juan escribió su última aventura sin especificar el año, pero sí nos dice que vivía en Temascaltepec. Esa estancia pudo ser alrededor de 1868 cuando su hijo Gonzalo nació en esa localidad. Los demás hijos de sus dos matrimonios nacieron en Zacualpan.

Ciertas noches don Juan Castañeda se reunía con varios amigos, entre quienes estaban el vicario Néstor Fernández; el médico don Juan Macedo; el preceptor don Francisco Ayón y otros más. Charlaban, cantaban, tocaban y jugaban conquián[3].

Después de una de estas reuniones, Juan se dirigía a su casa, cerca de la Hacienda Doña Rosa, y a las diez de la noche, al pasar por la plaza, una voz de hombre desde la oscuridad dijo:

—¿Quién vive? —Juan respondió:

—El mismo.

Desde la oscuridad se repitió la pregunta y Juan confirmó su respuesta:

—El mismo.

El hombre se fue sobre Juan con violencia, pero él se dispuso a enfrentarlo con una piedra en una mano y su navaja en la otra.

El hombre se detuvo.

—¿Quién es usted? —y le respondí con energía:

—Me llamo Juan Castañeda, ¿por qué lo quiere saber?

—¡Oh!, usted es don Juanito.

—Sí, señor Legorreta —yo respondí—, el mismo.

—…porque creí que alguien se quería divertir conmigo. Usted dispense.

Don Legorreta era el juez conciliador, quien le pregunto qué andaba haciendo y de dónde venia. Juan le contestó reconociendo su autoridad. Con la situación controlada, don Legorreta se explicó un poco más.

—Pues me va usted a dar auxilio —me dijo.

—Sí señor, con mucho gusto. Pero si es a aprehender a algún criminal solos los dos; [a] usted no le conviene levantar la mano por ser Juez, yo estoy desarmado. Con tal motivo el negocio está de parte del que tengamos que aprehender.

—No: esos ya irán lejos, sin embargo; aguárdeme usted aquí, voy a traer a dos celadores y a que despierten al Secretario. Y sé que van [mancha en el manuscrito] de prisa.

Mientras esperaba en la plaza, Juan vio a un hombre bajo la luz en una esquina. Se acercó poco a poco y vio que era don Miguel Díaz, hombre trigueño, no muy alto y barrigón. Juan le preguntó qué le pasaba.

—¿Qué no ve usted que estoy herido en la cara?

—Sí señor. Solo eso sé por lo que lo veo, no se más.

—Pues señor —me dijo—, me han asaltado en mi casa y me han herido.

—Pero señor, ¿cómo ha estado eso? —le pregunté.

—Pues señor —me respondió—, estando yo sentado como a las diez de la mañana, en el mostrador de la tienda de don Víctor Segura, llegó un individuo, y dice a dicho don Víctor: “¡Señor! deme usted razón a quien veré yo para que defienda a un hermano mío, que traen por ahí en el camino; preso por unas heridas que dio, y él también viene herido”. Y dice don Miguel:

—Como es notorio que yo me ocupo de defender criminales y siempre en negocios de Juzgado, respondió don Víctor: “Al Señor que esta presente, él podrá encargarse de ese negocio”. Y me dijo don Miguel:

—La verdad, don Juan, no tenía yo mucha gana de encargarme del fatal negocio, porque vi a aquel hombre con huaraches, en calzón blanco, su camisa rota, una manguita azul, vieja, y un sombrero lo mismo; pero dije para mí: “Éste parece ser muy pobre; pero su hermano puede que tenga con qué pagarme”.

El hombre con huaraches y calzón blanco le respondió a don Miguel;

—Pues bien, señor —dijo el otro—. Mi hermano debe llegar hoy, y yo quisiera que hablara con usted antes que entre a la cárcel. ¿A dónde vive usted para ir a avisarle cuando llegue? —Venga conmigo. Le enseñare mi casa —dijo don Miguel.

Don Miguel llevó al de la manga azul a su casa, donde el hombre descansó para después pedirle a don Miguel que le guardara una pequeña bolsa que contenía de doce a quince pesos.

Don Miguel llevó el bulto hacia una pieza adjunta donde tenía un ropero. Además de ropa, en ese armario también tenía un tompiate con ochenta pesos pertenecientes al Ayuntamiento debido a que también era el tesorero. Junto a esa pequeña canasta puso el encargo de su nuevo cliente.

Aparentemente después de descansar, el hombre se fue y durante el resto del día el hombre ni el herido, su hermano, le hicieron visita a don Miguel. Al caer la noche, movido por el hambre, don Miguel siendo soltero, le dijo a su ayuda de casa que si lo buscaban, los hiciera entrar y que regresaría pronto. Se fue a cenar.

Momentos después, el de manga azul llegó acompañado de otro individuo y preguntó por don miguel. El sirviente dio el recado y les pidió que pasaran y por favor esperaran, pues don Miguel no debería de tardar. En efecto, guiado por la luz de un farolito, don Miguel regresó. Después de las formalidades, el de manga azul le dijo:

—Mi hermano viene muy malo, por lo que no pudo llegar hoy; pero mañana sí; estará acá temprano. Qué, ¿nos podrá usted dar licencia para que pasemos acá esta noche? porque nosotros acá no conocemos a nadie, no tenemos en donde ir a dormir.

—Sí, con mucho gusto, pasen ustedes.

Pasó el de la manga azul, y el otro se quedó en la puerta. Con disimulo pidió al sirviente de don Miguel que les hiciera unas tortillas, que no habían comido. Cuando don Miguel estaba a solas en el interior de la casa con manga azul; éste sacó un hermoso puñal, y con el extremo de la cacha dio un fuerte golpe en la cara a don Miguel, que cayó al suelo. Y le dijo:

—Si das voces te mato.

A ese mismo tiempo llegó el compañero con otro puñal. A don Miguel le mandaron tenderse boca abajo. El primer ladrón ordenó al segundo que le pusiese el puñal en la espalda y que si hacia voces lo pasara contra el suelo, mientras se dirigía al ropero que estaba en la pieza contigua. Abrió con la llave que exigió a don Miguel, sacó la red que le había dado a guardar en la mañana, el tompiate con los ochenta pesos, y toda la ropa que allí guardaba.

—Ya nos vamos, pero en el zaguán nos vamos a estar el tiempo que queramos, y si quieres salir allí, te matamos —le dijeron.

Pasó un corto rato, salió don Miguel, preguntó al sirviente indígena, quien estaba con su familia, si no había observado lo que le había pasado. El sirviente nada había oído; tampoco su mujer, que les hacía tortillas. Don Miguel lo mandó a que con precaución se asomara al zaguán y viera quien estaba. Al saber que no había alguien, se dirigió Miguel a la autoridad a dar cuenta de lo que le había acontecido.

El juez tomó algunas providencias a fin de averiguar quiénes fueron los ladrones; pero todo lo que hizo fue en vano. Nunca se consiguió saber algo de manga azul, su cómplice o del herido hermano.

Juan dice que el principio de este pasaje histórico se lo refirió el señor Díaz; y todo lo demás se lo declaró al Juez, y que el fue testigo de causa.

Al finalizar su historia Juan recomienda lo siguiente;

De este ingenio raro puede sacar ventaja quien se tome la molestia de leer lo que he escrito, pues puede tal vez servirle de experiencia en cabeza ajena, y no aguardar que lo experimente en la propia.

FIN

Juan Francisco Castañeda Popoca

Juan a los 80 años, después de haber escrito sus memorias (hacia 1896)

En el Mineral del Monte, el 9 noviembre 1895, el doctor Gonzalo Castañeda Escobar registró civilmente a una niña que había nacido el 30 de octubre: hija legitima de su matrimonio con María Teresa Olea Gómez Daza. Le puso María Teresa Catalina, Durante esta presentación fueron testigos Amador y Manuel Castañeda Jaimes, sus sobrinos.

Copia digital mejorada máximo, registro civil María Teresa Castañeda Olea 9 noviembre 1895 cortesía https://familysearch.org

Para esta fecha, el matrimonio de Gonzalo y María Teresa probablemente ya había pedido a Juan y a Gabina, padres de Gonzalo, que les hicieran el honor de ser padrinos en el bautizo de su hija María Teresa Catalina.

Pocos días antes de convertirse en octogenario, Juan Castañeda, su esposa Gabina Escobar, tal vez con la ayuda de uno o los tres hijos; Bernardino, Maximiliana y Gonzalo —si fue por ellos— viajaron durante el invierno de Zacualpan a Real del Monte, Hidalgo. No hay duda de que pasaron por Pachuca, mi tierra natal, donde seguramente descansaron y dieron unos pasos antes de llegar al Real del Monte.

La ceremonia religiosa ocurrió en la parroquia de Real del Monte en 10 de enero 1896, y fue el presbítero Mariano Cruz y García quien solemnemente bautizó a María Teresa Catalina e hizo constar que Juan Castañeda y Gabina Escobar fueron sus padrinos.

Copia digital bautizo María Teresa Castañeda Olea, 10 enero 1895, cortesía https://familysearch.org

Copia digital bautizo María Teresa Castañeda Olea, 10 enero 1896, cortesía https://familysearch.org

Los días 10 de enero el doctor Gonzalo Castañeda celebraba con entusiasmo su propio cumpleaños, aunque según la partida civil nació el 9 de enero y fue registrado el 11 del mismo mes. Tal vez fue bautizado el 10, pero no existe el acta correspondiente. Debido a la peculiaridad de esta fecha, ese 10 de enero de 1896, día del bautizo de su hija, seguramente hubo un doble festejo.

Sé que a mis ancestros les gustaba la fotografía, luego me pregunto; ¿Habrá algunas fotos de este evento familiar y si las hay, donde estarán?

No sabemos cuanto tiempo permanecieron Juan y Gabina en el Real del Monte, pero pienso que no fue por mucho tiempo, porque en el libro de defunciones del Registros Civil de Zacualpan consta que a las 05:30 horas del 5 de octubre 1898, Juan Castañeda falleció de bronquitis a la edad 82 años, dejando viuda a Gabina Escobar. Juan nació el 20 de enero 1816

Registro civil defunción e inhumación de Juan Castañeda, 5 octubre 1898, cortesía http://familysearch.org

Registro civil defunción e inhumación de Juan Castañeda, 5 octubre 1898, cortesía http://familysearch.org

Por todo lo que Juan fue e hizo en su vida, seguramente llegó al corazón de muchos de sus familiares y contemporáneos, porque en el acta de defunción el Presidente Municipal, Inocente González, escribe;

…cuya inhumación se verificará en el campo mortuorio de este mineral en un lugar especial.

Al revisar numerosas actas de inhumación muy pocas dicen “en un lugar especial”.

Juan 30 años después de su muerte (1928)

Ignoramos los detalles y trámites que debió hacer el doctor Gonzalo Castañeda Escobar, último hijo sobreviviente de Juan Castañeda y Gabina Escobar, pero consiguió reunir los restos de sus padres y hermanos para inhumarlos en el interior de la iglesia La Inmaculada Concepción en Zacualpan.

Alrededor de 2011 mis primos Abraham Cárdenas Castañeda, Rafael y Miguel Rodríguez Castañeda hicieron un viaje a Zacualpan, donde conocieron la lápida que se encuentra sobre el pasillo central de la iglesia, ligeramente cargada hacia la derecha, más o menos a medio camino de la entrada hacia el altar. Cuando Rafael me envió una foto de esta lápida dijo que esta evidencia los dejó boquiabiertos.

Aquí foto de la lapida.

Foto lápida restos de juan Castañeda cortesía Rafael Rodríguez

Foto lápida restos de juan Castañeda cortesía Rafael Rodríguez, 21 octubre 2011

Restos de

Juan Castañeda

Gavina Escobar

y de sus hijos

Bernardino y Maximiliana

1928

Subsecuentemente hemos hecho varios viajes a Zacualpan. Cada vez que voy, presento mis respetos a mis ancestros, y Juan Francisco Castañeda Popoca es uno de los principales. Fue quien nos dejó el más amplio y detallado testimonio sobre su vida, su familia y su tiempo en un tesoro familiar de tinta sobre papel.

Han pasado ciento noventa y nueve años desde que Juan nació y alrededor de ciento veinte desde que finalizó su manuscrito.

Ha sido para mí un honor saber de él y tener la oportunidad de escribir sobre su vida. Doy gracias a todos los que ayudaron a enriquecer y ampliar su testimonio con otros datos, quienes son muy numerosos para mencionarlos individualmente.

Seattle, WA, a 22 de agosto de 2015

Ricardo Castañeda Guzmán

Edición Rafael Rodríguez Castañeda


[1] Método antiguo por el cual se extraía el metal precioso.

[2] También conocido como ahuehuete.

[3] https://es.wikipedia.org/wiki/Conquián