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Archivo para septiembre, 2015

Bertha Castañeda Zagal, (1909-1951)

Al rescate de sí misma

 

A la memoria de Esperanza, Jesús, Francisca y Soledad.

Sobre la vida de Bertha hay más interrogantes que certezas, así que el intento de biografiarla se arriesga a naufragar en demasiadas conjeturas. La escasez de noticias sobre ella se debe, acaso, a que a temprana edad se independizó de su familia postiza y fue excluida de su familia consanguínea; a que sólo vivió cuatro decenios; a su lejano deceso, ocurrido hace 64 años; a su inesperado fin: un balazo accidental en su propia casa. O acaso a que fue hija de en medio y oveja negra.

Bertha fue la tercera de los cinco hermanos que convivieron durante su infancia hasta que quedaron abandonados y al poco tiempo, huérfanos: Esperanza y Jesús eran mayores; Francisca y Soledad, menores que ella; de manera que será preciso considerar su complejidad psicológica de hija sandwich. ¿Hija? ¿En plena orfandad?

Nació en Tezicapán, estado de México, como a las 6:30 de la mañana del lunes 24 de mayo de 1909. Ocho días después que vio la luz, Bernardino Castañeda Escobar, su padre, la presentó ante el Registro Civil de Zacualpan y declaró que Susana —primer nombre asignado a Bertha— había nacido en su casa. Le puso por nombre Susana y por apellido, Zagal, hija natural de Guadalupe Zagal, soltera. Como si fuera hija de la criada.

Acta de nacimiento de Susana —primer nombre asignado a Bertha.

Acta de nacimiento de Susana —primer nombre asignado a Bertha.

¿Por qué Bernardino se deslindó de esa niña, si era la quinta de los siete hijos que tuvo con la misma mujer? ¿Sería por el prurito de haber declarado al juez civil que era casado (con otra Guadalupe, Jaso) y que la madre de Bertha era soltera? No obstante, Bertha no fue la única de quien Bernardino evadió la paternidad. Había hecho lo mismo con Esperanza en 1905 y seguramente lo hizo con Jesús en 1907, como lo haría con Francisca tres años después, en 1912.

Soledad fue la única hija de la pareja que oficialmente obtuvo el apellido paterno, excepción atribuible a las escasas instrucciones que dieron al empleado que la llevó al Registro Civil el 25 de junio de 1914. Éste declaró que Ninfa —primer nombre asignado a Soledad— era hija natural de Bernardino Castañeda y que había nacido el 11 de junio. Al día siguiente lo contradijeron: al bautizarla sus padres declararon que María Ninfa Soledad Juana nació el 27 de febrero de 1914. Casi cuatro meses de diferencia.

Iglesia parroquial de Tezicapán

Iglesia parroquial de Tezicapán

Si bien el único apellido oficialmente registrado de Bertha, Esperanza, Francisca y Jesús fue Zagal, a final de cuentas, la paternidad de aquellos niños quedó identificada: en las partidas de bautismo de las tres menores consta que eran hijas de Bernardino.

Así como las actas prueban que Bernardino fue un padre esquivo, los hechos demostraron que también fue un esposo ausente. La infancia de los cinco, a cargo de su madre, pasó por momentos atroces, particularmente para los tres mayores, quienes comprendían las desavenencias conyugales. Esperanza y Jesús las reprimieron u olvidaron, pero Bertha no: en su adultez refería episodios que presenció de niña y cuyo significado comprendió muy pronto, como los prolongados abandonos de su padre y los encuentros nocturnos de su madre y el galán con quién huyó hacia 1915.

Bernardino resintió la fuga inesperada de la soltera que vivió con él en unión libre alrededor de once años. Fue demoledor verse solo en medio de cinco hijos, quienes lo rodeaban, hacían preguntas y pedían de comer. Además, ante vecinos y amigos se desmoronó su prestigio de seductor, ganado a lo largo de treinta años, en que conquistó seis mujeres y les hizo en total quince hijos. Murió poco después y los parientes cercanos no sólo lamentaron su condición de esposo abandonado; una lógica difícil de explicar vio a Bernardino como víctima y no como causante de su propia suerte. Bertha y sus hermanos quedaron en plena orfandad.

En medio del luto y la responsabilidad indeseada de decidir qué harían de aquellos huérfanos, lo primero que decretó el concilio familiar fue castigar a la madre biológica: les cambió el Zagal por el Escobar, apellido de su abuela. Esa determinación originó un grave conflicto existencial para cuatro de ellos, quienes nunca aclararon por qué se apellidaban igual que su padre. En cambio, Bertha, desde que estuvo en edad de presentarse a sí misma, se rebeló contra aquella consigna y a pesar de todo reconoció apellidarse Castañeda Zagal.

El destino de los huérfanos se resolvió así: a Esperanza se la llevó a México el entonces coronel Austreberto Castañeda Porcayo, uno de sus medios hermanos, para que viviera con su familia y concluyera la primaria. A los cuatro restantes, Jesús, Bertha, Francisca y Soledad, los enviaron a Orizaba con doña Guadalupe Jaso, esposa legal del recién fallecido Bernardino.

El traslado de Tezicapán a Orizaba estuvo a cargo de Virginia y Ascensión, Chonita, dos jóvenes hermanas, tías de aquellos niños. Aún no hallamos ese vínculo de parentesco; tampoco sabemos si para realizar aquel viaje eligieron la ruta de Cuernavaca o la de Toluca. Sólo tenemos noticia de que salieron del pueblo a lomo de bestia, en medio de la llora constante de los niños a causa del frío invernal que les calaba los huesos y estuvo a punto de matar a Soledad, a pesar de que viajaba en brazos, envuelta en un rebozo, y de que su tía trataba de calentarla con el vaho de su boca.

Los motivos de la oveja

Los niños fueron depositados en una tranquila casa orizabeña que habitaban tres personas: doña Guadalupe Jaso Aguirre viuda de Castañeda; Guadalupe, su hija solterona, y Leopoldo Castañeda Jaso, hijo adoptivo.

La casa era amplia. Contaba con portales adornados con macetas, un patio y un surtidor de agua para lavar ropa y regar plantas y flores. Uno de los predios contiguos era un solar baldío, indicio de que estaba a la orilla de Orizaba, que entonces tenía aproximadamente 45 mil habitantes, siete fábricas textiles, la Cervecería Moctezuma y un tranvía urbano tirado por mulas, que por ese tiempo electrificaron[1]. Del otro lado, la propiedad colindaba con la casa de doña Sotera, una viejecita solitaria que descendía de familias de abolengo, creía fervientemente en la nobleza de estirpe y vivía de sus recuerdos.

Cuando enviudó y los deudos de Bernardino la convirtieron en madrastra, doña Guadalupe Jaso Aguirre tenía alrededor de 55 años. Lupita, su hija mayor, era treintañera. Entre las dos mantenían su hogar en el orden, decencia y convenciones de la clase media de Orizaba. Sus medios de subsistencia eran tal vez las rentas del patrimonio que doña Guadalupe había heredado de sus padres, terratenientes en el estado de Hidalgo, y el salario que su hija ganaba como profesora de instrucción primaria. Entre ambas criaban a Leopoldo, un niño que a la sazón tenía once años, hijo adoptivo de doña Guadalupe, quien lo admitió con abnegación y entereza cuando supo que Bernardino lo había engendrado en el vientre de una muchacha por lo menos veinte años menor que él, en Tezicapán. El Leopoldo adoptivo fue gemelo de otro varón, que murió a temprana edad.

La señora Guadalupe Jaso conocía bien Tezicapán, pueblo donde ella y Bernardino establecieron su segunda morada después de casarse en el Mineral de El Chico, Hidalgo, en 1885, y de vivir allí hasta que nació su primogénito. Se mudaron a Tezicapán porque allí estaba la fuente de ingresos de Bernardino como comerciante de minerales y azoguero. Vivieron juntos al menos un par de años. En Tezicapán nacieron Guadalupe, en 1887 y Leopoldo Castañeda Jaso, en 1888. Leopoldo, el tercer hijo de la pareja, murió a los dos meses. Fue en memoria de este niño que alrededor de diecisiete años después, doña Guadalupe rebautizó al hijo de su marido como ‘Leopoldo’ y le puso los mismos apellidos que al primero.

Tezicapán, calle arriba

Tezicapán, calle arriba

 

En 1903, cuando Bernardino llevó a registrar a los gemelos que tuvo fuera de matrimonio, los llamó respectivamente Erminio (sic) y Marcos, pero al año exacto (1904), a la hora de bautizarlos, él o la madre les cambiaron el nombre y les pusieron Juan Aurelio y Ricardo Adulfo, de manera que cuando Erminio, lactante aún, llegó con doña Guadalupe, recibió un cuarto nombre y un segundo apellido materno.

Desconocemos las circunstancias en que fueron separados Erminio-Juan-Aurelio-Leopoldo y su madre para darlo en adopción a la esposa legítima de Bernardino, hecho que debió ocurrir entre 1904 y 1905. Es probable que esa separación haya aligerado la carga que significaba criar gemelos para la muchacha, madre soltera y primeriza; pero es probable también que lo haya vivido como un desgarramiento. La madre biológica de aquellos gemelos era precisamente Guadalupe Zagal Caballero, con quien Bernardino tuvo después otros cinco hijos, precisamente los que prefería negar.

En Orizaba vieron a los cuatro huérfanos como advenedizos. Por el trato que recibieron sabemos que Guadalupe Jaso se hizo cargo de sus hijastros a regañadientes, por mucho que sus creencias religiosas la indujeran a admitirlos como acto piadoso y a soportarlos como sacrificio para ganar indulgencias.

Los huérfanos quedaron sujetos al doble imperio de las Guadalupes, madre e hija. Al orden doméstico que la madre imponía se sumó la disciplina que la hija practicaba en su papel de profesora, de modo que sus hermanastros obedecieran en casa reglas tan estrictas como las que aplicaba a sus alumnos en el aula.

Los trataron según su edad. A Soledad todavía tuvieron que alimentarla con biberón, de manera que se adaptó a la crianza de la madrastra. Francisca, de tres años, desde su cautelosa timidez se avino a las nuevas circunstancias y a las rutinas que le dictaron. Hasta allí no hubo complicaciones. En cambio, Bertha, cuyos seis años fueron suficientes para que le asignaran tareas tales como el cuidado de sus hermanas y la lava de pañales de Soledad, demandaba vigilancia; igual que Jesús, quien entonces rondaba los ocho años y fue, en la práctica, el mozo de la casa.

Para evitar el trato constante de los niños intrusos, durante el día los tenían horas metidos en la pileta, de modo que al mismo tiempo se refrescaban y jugaban, sin molestar ni desordenar las habitaciones. Por las tardes los enviaban a la casa vecina con el pretexto de que cuidaran a doña Soterita, eufemismo que significaba exactamente lo contrario. La anciana aprovechaba la compañía de los niños para contarles su recuerdo estelar y timbre de orgullo: fue dama de compañía de la emperatriz Carlota; experiencia que debió ocurrir en 1866, durante el mes y medio que la pareja imperial vivió en Orizaba, mientras Maximiliano dudaba entre volver a Europa o enfrentar la oposición de la República a su pretendido imperio.

Otro recurso para mantenerlos lejos consistió en internarlos, y como Bertha respondía a la autoridad escolar con el patrón de comportamiento que las Guadalupes le enseñaron, en clase fue también una niña reacia a las lecciones, situación que vino como anillo al dedo a madrastra y a hermanastra, porque el escaso aprovechamiento se castigaba con la anulación del permiso para salir del internado los fines de semana.

Un viernes que repartieron boletas de calificación, Bertha comprendió que estaba condenada a quedarse adentro sábado y domingo. La solución fue robar la boleta a una compañera de clase y alterar el nombre para alcanzar la calle.

No hay indicios para saber si la coartada de la escuela servía también para deshacerse de Jesús, al menos durante las horas de clase; sólo la certeza de que cuando crecieron, Francisca y Soledad vivieron internas en una escuela salesiana que atendían religiosas de la congregación de Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres, donde las niñas encontraron durante varios años un sucedáneo del amor materno.

Leopoldo también trató a los hermanastros con hostilidad y desprecio sin saber —oh, ironía— que en realidad eran sus hermanos carnales. Jesús no olvidó las afrentas, desafíos y humillaciones que padeció ante aquel niño engreído, cuatro años mayor que él.

Cuando incumplían sus deberes, Jesús y Bertha fueron tratados según moldes disciplinarios donde los castigos corporales eran costumbre. Jesús oponía una resistencia taimada a sus obligaciones cotidianas, pero Bertha se plantó en pie de guerra. Su temperamento altanero chocó frontalmente contra el autoritarismo de las Guadalupes. La biografía de Jesús Castañeda[2] narra su decisión extrema ante los azotes con varas de membrillo; instrumentos de tortura tan comunes que se vendían en las tiendas igual que estropajos o manteca. A Jesús y a Bertha los mandaban a comprar las varas que a la siguiente desobediencia les dejaría verdugones en las piernas.

Jesús guardaba el rencor del maltrato, pero Bertha respondía con rezongos y represalias. Se indignaba tanto que comenzó a vengarse: en vez de lavar la ropa de sus hermanas, dio en esconderla entre las macetas, de manera que al día siguiente no aparecía limpia ni sucia.

Un día la ausencia de ropa fue notoria. El aire arisco de Bertha dio fundamento a la sospecha. En consecuencia, además de azotes recibió la amenaza de peores castigos humanos y divinos, hasta que confesara. La doblegó tal exceso de violencia, mas para desquitar su rabia, Bertha sacó, llenos de tierra y poblados de cochinillas, los calcetines, camisetas y calzones que había escondido y los arrojó a los pies de la madrastra y la hermanastra.

—Ahí está uno; aquí hay otros, para que los laven.

Descargaron sobre ella otra azotaína, pero en vez de pedir clemencia, la niña tuvo arrestos para contraatacar.

—¡Ni te atrevas! ¡Te va a castigar Dios. Se te secará la mano!

La encerraron.

Bertha lloró como lloran los niños, restregándose ojos y nariz contra el brazo desnudo. Fue un llanto inconsolable de impotencia, miedo y rencor, hasta que el agotamiento, el sueño y la oscuridad del cuarto la vencieron. Mientras se recuperó, lágrimas y mocos se le secaron sobre la piel. Al despertar, sintió una costra que le iba desde la mano hasta el antebrazo. Horrorizada, creyó que el castigo divino se cumplía y se le secaba la mano. De ese pavor se enteraron las Guadalupes, así que sobre el escarnio padeció la burla.

Años después Bertha solía reír de sus travesuras y venganzas con una risa cuya carga de malicia daba la medida de la satisfacción que le causaban. Reía y miraba con fiereza. Y si en aquella ocasión se rió de sí misma tras el susto que le produjo aquella costra, hubo otros episodios en que le infligieron castigos ajenos a cualquier móvil de diversión: No sabemos si fue la madrastra, la hermanastra o las dos, pero le quemaban el dorso de las manos.

Imaginamos que Bertha, rebelde por naturaleza, opuso toda la resistencia de que era capaz una niña de su edad. Imaginamos también que la sujetaron para apagarle encima colillas de cigarro. De otra manera no se entiende que la hayan sometido a tal vejación. No le secaron las manos que intentó levantar en contraataque, como se lo vaticinaban, pero le dejaron cicatrices indelebles. Varios lustros después, quienes veían a Bertha en las reuniones sociales con guantes lo interpretaban como gesto elegante o extravagancia. Se los ponía para ocultar aquellas marcas.

Rescate a cualquier precio

Si nos reconocemos en una fotografía donde aparecemos entre otras personas de inmediato calificamos nuestro aspecto: nos satisface o desagrada. Pero una foto no es como el espejo, que brinda la ocasión de componer el gesto, arreglarse el cabello o la corbata. La imagen congelada es irremediable. Ante una mala foto las reacciones van de la indiferencia a la pasión: hay quienes simplemente se desentienden de ella y la olvidan; otros la destruyen. Algunos sólo rayan o bloquean con tinta su efigie, como si a posteriori se retiraran de la escena y dejaran solos a los demás.

Bertha reaccionó al revés: hay vestigios de su imagen recortada. Tomó la tijera y desechó el resto de las fotografías. No le importaron lugares, ocasiones ni la demás gente. Acaso hubiera preferido no aparecer retratada o estar en otra parte. Lo esencial fue rescatarse y salir, como lo hizo en la adolescencia, cuando huyó de su madrastra para seguir viva, sin más afrentas ni maltratos, y a contrapelo de los aires de decencia familiares.

Se fue con la parvada de saltimbanquis de un circo que dio funciones en Orizaba.

Tres recortes

Conjeturas y ostracismo familiar

¿Quién escapó primero de la casa de doña Guadalupe, Jesús o Bertha? ¿Quién dio el ejemplo a quién? Es decir, de los dos hermanos, ¿cuál fue el primero en evadirse? No sabemos. ¿Qué edad tendría Bertha cuando huyó? Si suponemos que Jesús tomó la delantera y que al momento de huir tenía catorce años, a Bertha le nació la inquietud de seguir el mismo camino a los doce o trece años.

Ignoramos cómo vivió su adolescencia. Si hubo una figura materna o paterna a la cual se acogiera para sobrevivir y formarse como persona; si alguien se compadeció de ella o si por el contrario, la sometieron a otro orden de maltrato en su condición de muchacha desamparada de cualquier protección familiar.

Obligada a dar aviso de la desaparición, la madrastra debió hacerlo con sordina, si es que fue consciente de los motivos que Bertha tuvo para huir. De eso tampoco tenemos indicios. Sólo sabemos que treinta años después, Guadalupe hija, en una visita que hizo a sus medias hermanas en Pachuca, como simbólico acto de contrición les llevó de regalo membrillos. Frutos, no varas.

Un día supieron de Bertha. Ella misma se comunicó con su hermana Esperanza, quien a su vez quiso tranquilizar a la familia con la noticia. El problema fue que conocer su paradero produjo un efecto ambivalente: de la incertidumbre —en el grado que la hayan sentido— los parientes mayores pasaron a la indignación, porque Bertha les hizo saber que no volvería, que se independizaba de toda autoridad familiar para dedicarse al baile.

La idea de que hubiera una bailarina en la familia, más que inconcebible era intolerable. Provocó vergüenza e ira. Bertha cometía a la vez un desafío y una afrenta. En la escala de valores de la clase media, católica y recatada, la profesión de bailarina de carpas y teatros era execrable. Solamente una cualquiera, sin ética ni pudor, era capaz de elegir esa forma de vida.

La condenaron al destierro. Ofendidos parientes le enviaron mensajes reprobatorios y la advertencia de que no se atreviera a acercarse a los Castañeda, quienes se consideraban decentes. El tío Gonzalo, hermano de su padre, cuya autoridad todos reconocían lo mismo en materia de Medicina que en asuntos familiares, le hizo saber que estaba proscrita. Bien podía suprimir de su nombre el apellido paterno.

…Y recomencé a luchar aquí, a me defender y a me alimentar

                                                                                                         Rubén Darío

Transcurrieron alrededor de ocho años de incomunicación. Poco a poco Bertha construyó otro mundo para sí, hecho de bailarinas y amigos de la farándula. Pero es comprensible que esos esfuerzos no satisficieran su temprana orfandad. Trató de compensar esa laguna mediante sus creencias religiosas con una fe tan sincera como desamparada.

Bertha ca. 1930

Bertha ca. 1930

 

Desde entonces se hizo acompañar de estampas del santoral católico. No sabemos si eran sólo amuletos o si en ciertos momentos rezaba con igual fervor que sus hermanas. En la cartera del final de sus días, junto con su dinero portaba doce figuras con oraciones impresas al reverso: al Espíritu Santo, a San Alejo, San Antonio, San Pedro, al Señor Santiago, a la Santa Cruz de Caravaca, a Santa Bárbara, Santa Cecilia, patrona de los músicos y por extensión, de los artistas; a Santa Elena, Santa Eduviges, Nuestra Señora del Sagrado Corazón y a la Virgen María. No llevaba consigo una imagen ni una oración a la Virgen de Guadalupe.

Su mundo emotivo mejoró gradualmente. Al principio mediante discretos contactos clandestinos con sus hermanos, quienes se reunían con ella desafiando la reprobación de los mayores. Poco a poco la admitieron familiares que originalmente se habían sumado al rechazo; comportamiento al que Bertha guardaba rencor.

Conforme Bertha se consolidaba como persona independiente y como artista, antes y después de las funciones en teatros de revista amplió a su favor la admisión familiar, que tanto le importaba. Comenzaron a llegarle invitaciones de quienes inicialmente acataron la consigna de cortar lazos con ella. Bertha les demostraba quién era: por una parte, una mujer dispuesta a dar y recibir afecto; por otra, un ser de trato difícil, presto a manifestar asperezas y a agredir.

Una de las tías que cambió de actitud la alojó en Pachuca durante una noche, pero en aquella ocasión Bertha debió sentir algún doblez o hipocresía, porque al día siguiente la tía encontró las paredes de la habitación manchadas de amarillo: después de comer mangos, Bertha las tapizó de cáscaras.

Su infancia le dejó una aversión indomable a las tareas domésticas: Un fin de semana en que fue a Pachuca para visitar a Esperanza y a Rosario, su media hermana, llegó cuando se disponían a salir. Como Bertha prefirió quedarse a descansar, le encargaron el cuidado y alimentación de los pájaros. Debía poner alpiste a los canarios, picar plátano macho para el ruiseñor, servirles agua limpia y cambiar el papel periódico que servía de piso a las jaulas. Para ahorrarse esas molestias Bertha abrió las rejas y los dejó escapar.

Esperanza y Bertha en Pachuca, 1934

Esperanza (i) y Bertha (d) en Pachuca, 1934

 

Hacia 1934 culminó la reconciliación entre Bertha y sus hermanos. Ocurrió una excepcional reunión de los cinco, en Pachuca. Bertha viajó desde México; Soledad llegó de Orizaba con su esposo, Antonio Arana, y Teresita, la primogénita de la pareja; Esperanza, Francisca y Jesús radicaban allí.

Los cinco hermanos Castañeda–Zagal, 1934

 

Bajo reflectores

A falta de noticias durante el decenio de los ’30, nos queda el recurso de sintetizar la carrera profesional de Bertha en una pálida fotografía impresa en alguna revista de la época, donde aparece entre un grupo de bailarines, con los trajes que probablemente vistieron para ejecutar una polka o un son jalisciense.

Bertha, la tercera de izquierda a derecha

Bertha, la tercera de izquierda a derecha

 

Contamos también con el inconfundible estereotipo de imaginarla en medio del foro, en fila con otra veintena de coristas, uniformadas de shorts, mallas y tacones altos, en el momento de levantar todas la misma pierna, mientras la orquesta toca algo festivo como el can-can de Offenbach.

Nos queda, además, su fugaz presencia como extra cinematográfica en Águila o sol, película rodada en 1937, en una escena donde aparece con Teresa Villalta, su gran amiga y compañera. Al fondo, ambas bailarinas platican a la puerta de su camerino mientras en el primer plano, un abatido Cantinflas asimila una decepción amorosa.[3]

La fama de Bertha trascendió entre la familia y desde luego, cuando se presentaba la oportunidad, hermanos y demás parientes asistían a las funciones en que bailaba. Una tarde, en el curso de su actuación, Bertha reconoció entre el público la presencia de las Lupes —así las llamaba—. Es preciso imaginar su asombro. Y más que asombro, su intriga por los motivos que las condujeron a la función. ¿Morbosidad?, ¿mala conciencia?, ¿residuos de envidia? Lo que se quiera, pero a nadie se le ocurre pensar que asistieron ingenuamente, con el puro afán de divertirse.

Acaso fue en el intermedio o al término de la función, pero Bertha se les plantó enfrente. Las Lupes, desconcertadas, no supieron qué hacer.

—Qué, ¿no me conocen? —dijo Bertha. Las Lupes fingieron ignorancia. —¿De veras no me reconocen? —insistió, mientras la tensión y su ira iban en aumento. Se quitó los guantes y las encaró al dorso de ambas manos.

—Miren, ¡esto me lo hicieron ustedes!

Como bailarina, la trayectoria de Bertha vivió su plenitud entre 1937 y 1947. Fue la época anterior a la televisión, cuando todas las artes exaltaban la cultura nacional lo mismo en los muros, el teatro, la radio, las películas o las actuaciones en escuelas y plazas. Bertha realizó varios viajes a Centroamérica como integrante del ballet de Chelo La Rue, compañía que hacía giras por el país y el extranjero, y además actuaba en la mayoría de las películas mexicanas donde había secuencias de baile, ya fueran jarabes y zapateados, sones y sandungas o algún ritmo de moda.

Esos contratos en el extranjero, que cobró en divisas, permitieron a Bertha ahorrar y comprarse una casa en la naciente colonia Industrial, agregada en 1926 a la trama de una Ciudad de México que apenas tenía un millón de habitantes, para alojar a la nueva clase media urbana en predios de 157 metros cuadrados. En la calle La Vencedora adquirió la casa contigua a la de Julieta Castañeda de Valdespino, una prima suya recién casada. Su flamante morada constaba de sala-estancia, comedor, recámara, baño, cocina y patio posterior como área de servicio.

Una reja metálica daba acceso a la cochera. La entrada a la casa era por la sala, al fondo del garaje, hacia la izquierda. Al golpe de vista se apreciaba el orden y las preferencias de Bertha. Mullidos sillones adornados con varias muñecas que adquirió durante sus giras.

Destacaba un atractivo muñeco alemán cuya cabeza y extremidades eran delicadas piezas de porcelana cosidas sobre la pequeña almohada que formaba el cuerpecito. Cubría las costuras un ropaje de bebé. Al girar la cabeza, el muñeco movía la lengua tras los dos dientecitos superiores que mostraba en su perenne sonrisa. Cerraba los ojos cuando lo acostaban y los abría si lo sentaban. Los rasgos faciales y el aspecto del pelo; la delicadeza de manos y pies daban la impresión de que era un niño real. Bertha bautizó a ese muñeco como Casiano.

Al lado de la sala puso una cantina que adornó con su colección de máscaras procedentes de diferentes lugares de la República, y donde además de botellas, copas y vasos, tenía varias pistolas; unas, de utilería; otras, auténticas.

Seguía una amplia recámara: cama matrimonial, tocador con gran espejo —imprescindible para una bailarina—, cajones repletos de cosméticos y un taburete en cuyo fondo, en una pequeña bolsa disimulada entre el forro y los resortes, Bertha ocultaba alhajas cuya posesión pretendía compensar su explicable oquedad afectiva: anillos, aretes, arracadas, collares, dijes, pulseras, prendedores y esclavas, de las cuales usualmente se ponía una al tobillo.

En esa recámara fue atesorando diversos objetos, y como aparte del sincero gusto por vestir a la moda su profesión le exigía disponer de un vasto guardarropa para ser considerada de inmediato en cualquier coreografía, con el tiempo Bertha llenó tres baúles donde abundaba gran variedad de prendas teatrales: Faldas largas, acampanadas, de bombasí y etamina, adornadas con guipures ondulados, para los bailables regionales; otras cortas, elásticas y vistosas, con pliegues tableados y botonaduras de fantasía, para las coreografías convencionales del cuerpo de baile. La maestría de la costura y la diversidad de los colores contaban entre los atractivos de aquel vestuario. Blusas de encaje, insólitos corpiños de lentejuela y trajes satinados; chalecos, capas, penachos, moños, mallas, gorros, sombreros y piezas cortas y ajustadas, propias de los bailes de moda.

Cuando la visitaban sus sobrinas, niñas aún, uno de sus juegos familiares preferidos consistía en mostrarles su parafernalia teatral y vestirlas con las prendas que ellas mismas elegían. Si era Bertha quien visitaba a sus hermanas, siempre pensaba en sus sobrinos, a quienes consintió con sobrecargas de afecto, mimos y regalos de ropa y juguetes.

¿Soltera, casada?

Entre múltiples giras para actuar en las ciudades de la República y del extranjero Bertha debió conocer a mucha gente, esencialmente personas del sexo masculino, a quienes atraía el encanto escénico de las bailarinas.

En medio de la ignorancia sobre su vida emotiva surgen datos aislados que configuran, así sea tenuemente, una conjetura más: la boda de Bertha. En orden cronológico, los datos son los siguientes:

1. Cuatro registros donde Bertha usó el apellido Irman: tres ingresos a los Estados Unidos, uno por la garita de Nogales, en 1939, otro por Laredo, en enero de 1940, y el tercero, el 4 de diciembre de 1940, a San Ysidro. El cuarto registro, a once años de distancia del primero, es la carta que la acreditó como inspectora de mercados.

2. Hay también un dato intermedio, sin fecha precisa, pero ubicable hacia 1948, cuando a la vuelta de un viaje por Estados Unidos llegó a México acompañada de Charles, el norteamericano a quien presentó como su esposo.

Tarjeta–pasaporte 27898. Firma B. Irman

Tarjeta–pasaporte 27898. Firma B. Irman

 

Supongamos que se trató de Charles Samuel Irman, nacido en Amarillo, Potter, Texas, quien en 1939 tenía 24 años.

¿Qué sentido tiene fijarse en alguien para fundar una hipótesis? Explicar provisionalmente, en tanto surgen datos más sólidos y comprobables, por qué Bertha se registró en la forma migratoria para ingresar a Estados Unidos por Nogales, el 31 de julio de 1939, como Bertha Castaneda de Irman, y por Laredo, el 13 de enero de 1940, como Bertha Castaneda Irman. Finalmente, para destacar el uso alterno de los apellidos Castañeda e Irman a la hora de firmar, como lo hizo en la tarjeta-pasaporte y en la visa adosada, que obtuvo cuatro días después.

No hay indicios de la fecha ni del lugar donde conoció a Charles, de cómo progresó esa relación ni de cuándo la legalizaron —si es que se casaron. Los datos disponibles consignan simplemente que una mujer llamada —en inglés— Bertha Castaneda de Irman cruzó por Nogales en julio de 1939, que dio la referencia de una hija llamada Esperanza y dijo ser originaria de México, D. F. Sabemos también que en esos años no era preciso disponer de pasaporte para ingresar a territorio norteamericano y que era posible inventar datos que no había forma de verificar.

Durante el segundo semestre de 1940 Bertha cumplió una temporada de actuaciones en Tijuana. Quiso cruzar la frontera y el 29 de noviembre, en la Jefatura de Población llenó un cuestionario para obtener una tarjeta-pasaporte. En esa ocasión dio informes sobre sí misma con una veracidad casi completa: Nombre: Bertha Castañeda Zagal. Lugar de nacimiento: Tezicapán, Gro. (sic). Fecha de nacimiento: 24 de mayo de 1912 (se restó tres años). Ocupación: Artista bailarina. Estado civil: Soltera. (No obstante, la firma legible en este documento es B. Irman, aunque cuatro días después, en el Consulado donde consiguió la visa para ingresar a San Ysidro, firmó como Bertha Castañeda). En cuanto a su estado civil cabe la posibilidad de que Bertha y Charles mantuvieran una relación intermitente, estando o no legalmente casados.

Vida adosada al pasaporte 27898. Firma B. Castañeda

Vida adosada al pasaporte 27898. Firma B. Castañeda

 

Aquellas giras por el norte del país, así como por el extranjero, tuvieron positivas repercusiones entre su familia: aumentaban la estima y admiración hacia Bertha y acrecían su independencia y prestigio.

En esa etapa procuró acercar su mundo laboral con el familiar. La persona a quien introdujo con mayor éxito fue Teresa Vilalta —o Villalta— Quiñones, una amiga bailarina que se granjeó el afecto de sus hermanos, cuñados y sobrinos. Teresa llevó a confirmar a Margarita, una de sus sobrinas pachuqueñas, a quien Bertha bautizó en octubre de 1943, ceremonia que festejó en su propia casa, a la cual invitó, entre otros amigos, al actor Joaquín Pardavé y a María Antonia del Carmen Peregrino, Toña La Negra.

Sus temporadas de actuación fuera de la Ciudad se volvieron tan frecuentes que hacia 1944 alquiló su casa a la familia de Esperanza —hermana, esposo y cuatro hijos—. Meses después, allí nació su sobrino Alejandro, el menor de los Cárdenas Castañeda.

Volvió a Tijuana a fines de 1944 y el 4 de diciembre ingresó al país vecino por la garita de San Ysidro, que entonces era aún un pueblo diferente de San Diego y el acceso terrestre por excelencia para quienes se dirigían a Los Ángeles y a San Francisco.

Bertha estuvo por lo menos en cuatro ocasiones más en Estados Unidos. A los dos años estuvo nuevamente en Tijuana y el 4 de diciembre de 1946 entró por San Ysidro. Su destino fue Los Ángeles, cuya población latina hacía rentables los espectáculos con artistas mexicanos. Como esa visita fue más larga, debió dar como referencia a un familiar en México. Bertha designó a Esperanza Castañeda de Cárdenas, su hermana afectivamente más próxima y eje de su vida familiar.

Por esos años aparecen nuevos indicios de la relación entre Bertha y Charles Irman. Suponemos que por razones migratorias o laborales, alternativamente se encontraban y dejaban de ver. Charles compartió con ella unos meses en México en una época en que Bertha, además de allegarse el afecto de alguien que la respaldara como pareja, se consiguió una perrita faldera que llevaba consigo a todas partes, y que en un descuido se ahogó en un pozo, el día en que Charles y ella visitaron a Esperanza y su familia en la colonia Granjas Modernas.

El 5 de febrero de 1947 se afilió a la Asociación Nacional de Actores (anda) que recién se había consolidado bajo el liderazgo de Jorge Negrete. La anda acreditó a Bertha como segunda tiple [en los cuerpos de baile]. Esa credencial debió servirle cinco días después allende la frontera para conseguir un contrato en condiciones más ventajosas.

1947. Segunda tiple

1947. Segunda tiple

 

En junio de 1948, volvió a Estados Unidos en compañía de Leticia Bernal y Bertha Sosa. Acaso para promoverse entre los empresarios de Los Ángeles, Bertha y dos muchachas que probablemente sean Bernal y Sosa, se hicieron retratar en un estudio fotográfico ejecutando una sencilla acrobacia.

Imagen de estudio como carta de presentación

Imagen de estudio como carta de presentación

El 13 de junio de 1949, última vez que ingresó a Estados Unidos por Nogales, anotó como referencia de llegada al señor y a la señora Esta, una pareja que tal vez formaba parte del círculo de amigos de Charles.

La edad como enemiga

Proyectar una imagen atractiva era condición esencial para ser bailarina. Este asunto preocupaba a Bertha, quien cuidaba aspectos tales como la edad y la apariencia física. En 1940, cuando tenía 31 años y obtuvo su tarjeta-pasaporte, declaró una fecha de nacimiento que suponía tres años menos. Su media filiación fue la siguiente: Estatura, 1.51 m; color moreno; ojos cafés; pelo castaño; señas particulares, lunar en la cara.

No se fotografiaba si no estaba debidamente maquillada. Labios y cejas subrayados con bilet y lápiz delineador. Sin embargo, la imagen que plasmó en los retratos disponibles es variable. Alternativamente se dejaba crecer el cabello y se lo hacía cortar.

Bertha ca. 1948

 

En 1949, cuando entró a Estados Unidos por Nogales con destino a Tucson y a Phoenix, Arizona, donde tal vez ocurrió su última temporada bajo los reflectores, para causar mejor impresión a los empresarios declaró como fecha de nacimiento el 26 de mayo de 1915. Es decir, se restó seis años.

A medida que su edad aumentaba, disminuían las oportunidades de que la contrataran. Poco después de cumplir cuarenta años debió suspender su carrera artística y a partir de enero de 1950 de plano buscó un trabajo de otra índole.

Corría entonces el cuarto año del sexenio del Cachorro de la Revolución, época que José Emilio Pacheco retrata en Las Batallas en el Desierto con las siguientes pinceladas:

“La cara del Señor presidente en dondequiera: dibujos inmensos, retratos idealizados, fotos ubicuas, alegorías del progreso con Miguel Alemán como Dios Padre, caricaturas laudatorias, monumentos. Adulación pública, insaciable maledicencia privada…

“El presidente inauguraba enormes monumentos inconclusos a sí mismo. Horas y horas bajo el sol sin movernos ni tomar agua […] esperando la llegada de Miguel Alemán. Joven, sonriente, simpático, brillante, saludando a bordo de un camión de redilas con su comitiva.

“Aplausos, confeti, serpentinas, flores, muchachas, soldados (todavía con sus cascos franceses), pistoleros (aún nadie los llamaba guaruras), la eterna viejecita que rompe la valla militar y es fotografiada cuando entrega al Señor presidente un ramo de rosas…

“… Qué importa, contestaba mi hermano, si bajo el régimen de Miguel Alemán ya vivimos hundidos en la mierda”.

Fue entonces cuando Bertha consiguió empleo, nada menos que en la Jefatura del Estado Mayor Presidencial, como supervisora del surtimiento de víveres en los mercados del Distrito Federal. Única ocasión en que sustituyó sus apellidos y se hizo llamar Bertha Irman.

Bertha Irman, nuevamente

Bertha Irman, nuevamente

 

Verse obligada a abandonar la profesión que tanto la gratificó, que la vistió de trajes atractivos, le retribuyó aplausos, buenos ingresos y respeto familiar le amargó el carácter. Se volvió agresiva, propensa a tomar en exceso y a discutir con vehemencia. Gastaba bromas pesadas hasta a sus sobrinos. Sus alteraciones terminaban en pleitos, lo mismo en su casa que de visita. En medio de ese clima conflictivo e inestable ocurrió el incidente en que perdió la vida.

El fin

 

Bertha murió el martes 17 de abril de 1951. He aquí la crónica que publicó el diario La Prensa al día siguiente.[4]

Bertha muere, 1951

Bertha muere, 1951

 

Una artista teatral fue muerta a

Tiros por el hijo de un comodoro

–– Información en las paginas 14 y 23 ––

Sumario de la primera plana, a la izquierda de las fotografías

¿crimen o accidente? ——— En circunstancias misteriosas perdió la vida la ex—artista teatral e inspectora de mercados Bertha Irma Castañeda Zagal al dispararse una pistola que le hirió en el vientre. Está detenido por el homicidio el joven Héctor Meixueiro, hijo del comandante naval de la zona de Guaymas. La señora Emilia K. de Meixueiro, madre de Héctor, da versión de accidente, en tanto una de las criadas (arriba, derecha) [en referencia a una de las fotos de la primera plana] dice que no hay tal.

Título repartido entre las páginas 14 y 23

Ex Artista e Inspectora de

Mercados, Muerta a Tiros

Página 23. Subtítulo

Se encuentra detenido por ello

El hijo de un comodoro[5]

[La señora] Bertha Irma Castañeda Zagal, ex artista teatral y últimamente inspectora de Mercados murió a consecuencia de un balazo en el costado derecho, a la altura de la última costilla. Por su muerte se encuentra detenido Héctor Meixueiro Kuntzy, hijo del comodoro

[ ]mbre, actual comandante naval de la

[zona de Guay]mas Sonora.

[Tanto el] muchacho detenido, como la autora de

[sus días decla]araron que la hoy occisa se mató

[accidentalmente] al caérsele al suelo una pistola y dis

pararse el] arma. Pero como el caso tiene muchos

[aspect]os, las autoridades judiciales ahondan

[las investigac]iones para saber si se trata de un cri

[men o de un]a muerte accidental.

[La tragedi]a ocurrió en el patio de la casa núme

[ro 37 de las c]alles La Vencedora, colonia Industrial

[donde vivía] la infortunada mujer. Se decía emplea

[da de la Pre]sidencia de la República y acababa de

[regresar de Los] Pinos, adonde había ido a informar

[sobre sus acti]vidades, según dijo, cuando, después de

[tomarse unas] cervezas, retornó a su casa, pasando

[al pati]o acompañada del joven Meixueiro. Al

[poco rato se] escucharon dos detonaciones y Bertha

[corrió h]asta la calle, mortalmente herida, di

[ciendo “Ya] me mataste… Julieta, Julieta… Julieta.

[ ] del muchacho y éste, rápidamente la

[subió a u]n automóvil y fueron en busca de un

[medico, pero no pud]o encontrar a nadie que curara a la

[herida con] la rapidez que ellos querían, enfilaron

[hacia un hos]pital de la Cruz Roja; pero antes de

[llegar a u]n establecimiento asistencial, la herida

[murió.]

[decla]ra la madre del detenido

[La señora E]milia Kuntzy de Meixueiro, de 44 años

[de edad, dom]iniciada en las calles de La Vencedora

[##, man]ifestó ante el agente investigador de

[la deleg]ación que, a las 17 horas, se encontraba

[en su casa] acompañada de su hijo Héctor, cuando

[llegó] su vecina, la señora Bertha Irma Cas

[tañeda,] quien le dijo que tenía urgencia de ir

[a Los Pinos] con el fin de informar de sus activida-

[des y dio] a entender que tenía una misión confi-

[dencial].

[“Pidió] que la llevara en mi automóvil Ford

[—dijo la] testigo—, porque no quería viajar en

[camión y] estaba algo enferma. Yo le respondí

[que no,] no tenía gasolina y que, además, en

[marte]s tenía mucho quehacer en la casa y

[no podía] complacerla: Entonces me dijo que

[si n]o podía manejar mi hijo Héctor, y a

[ ]dí que mi muchacho no tenía licencia

[de manejar.] Ella insistió, diciéndome que era em

[pleada de la] Presidencia de la República, teniendo varias

[influe]ncias, de tal manera que mi hijo Héc-

[tor podía ma]nejar el vehículo, sin riesgo a nada”.

el viaje a los pinos

[Siguió] diciendo la señora Emilia Kuntzy de

[Meixueiro que] ante la terquedad de su vecina, ter-

[minó por acce]der a su ruego: “Las tres subimos al (sigue en la pagina veintiseis)

Recorte periodístico muerte de Bertha

Recorte periodístico muerte de Bertha

(viene de la pag. veintitres) automóvil, mismo que manejaba mi hijo Héctor. En el camino a Los Pinos, Berta (sic)[6] me manifestó que tenía cinco días de no rendir informe en la Presidencia y, estaba temerosa que le llamaran la atención. Iba a llegar con el pretexto de que su pistola estaba descompuesta y necesitaba que alguien se la arreglara. Ella me mostró el arma que llevaba en su bolso y luego guardó”.

Dijo además la testigo que llegaron a Los Pinos, donde Berta se bajó, en tanto que ella quedaba en el vehículo con su hijo Héctor. Más de media hora esperaron. Por fin, salió de la residencia presidencial y fué (sic)) hacia ellos. Subió al coche y enfilaron hacia el centro de la ciudad.

 BERTA TENÍA GANAS DE EMBRIAGARSE

“Al pasar frente al cine “Cosmos” —agregó—, Berta nos dijo que bajáramos un rato, para tomarnos una cervezas. Me daba la impresión que tenía ganas de embriagarse. Luego, más tarde, al pasar por la Alameda de Santa María, insistió para que estacionáramos el carro un rato pues dijo que estaba deseosa de tirar al blanco, para ver cómo andaba su puntería. Yo me opuse a esto, argumentando que en la casa tenía mucho trabajo, urgiéndome llegar a ella”.

Siguió declarando la señora Kuntzy de Meixueiro que llegaron a su casa, bajándose los tres del vehículo. En seguida Berta insistió para que se tomaran unas cervezas. “Yo le dije que iba a preparar alimentos para mis hijos pequeños —dijo la testigo—; entonces Berta se fué a su casa llevando casi a jalones a mi hijo Héctor, quien se resistía a acompañarla porque no es afecto a tomar bebidas embriagantes”.

 DOS DETONACIONES Y GRITOS DE LA MUJER

Prosiguió relatando la testigo que minutos más tarde encontrándose en la cocina de su casa, escuchó una detonación, y tras ésta, otra. Se alarmó, porque los balazos provenían precisamente de la casa de su vecina Berta. Y como antes viera una pistola en su bolso de mano, en seguida pensó que algo trágico había ocurrido.

Dejó el trabajo y salió corriendo a las puertas de su casa. Al ver hacia la habitación de su vecina, ésta salió también a la calle gritando: “¡Me maté!”

“Berta, apretándose el vientre, caminó hacia mi casa y derecho fue hacia donde estaba estacionado mi automóvil y subió. Comprendí que estaba herida y subí también al vehículo. Mi hijo Héctor se puso al volante y dispuse que fuéramos en busca de un médico. Ya arriba del coche, mi hijo me platicó que estaba nen el patio de la casa, cuando a Bertha se le ocurrió tirar al blanco. Primero hizo un disparo al aire, luego pasó el arma al muchacho; luego, éste la regresó, y al hacer tal operación, estando ya el arma en manos de ella, se le cayó al suelo, escuchándose a continuación un tiro. Casi al mismo tiempo, según me dijo Héctor, Bertha se llevó las manos al vientre y dijo “¡Ya me maté!”

Terminó diciendo la madre del joven detenido que, cansados de buscar un médico, resolvieron llevar a Bertha a la Cruz Roja, y cuando pasaban por las calles de Ribera de San Cosme, la infortunada mujer falleció.

 LO QUE DECLARARA UNA SIRVIENTE

En la misma 13ª Delegación compareció la señora Ramona Gómez Reséndiz, de 29 años de edad, quien, según dijo, desde el año de 1949 trabajaba en calidad de sirvienta con la hoy occisa.

Refiriéndose a lo sucedido, un tanto nerviosa, dijo que a las 20 horas, aproximadamente, llegó su patrona acompañada del joven Héctor Meixueiro Kuntzy. Casi sin detenerse en ningún lado —agregó—, ambos pasaron hasta el patio. En un momento dado Héctor dijo a la señora Bertha: “¿Probamos la pistola?” A esto, mi patrona respondió afirmativamente, sacando de su bolso de mano la pistola, misma que entregó a Héctor. Éste, al tener el arma en sus manos, disparó un balazo al aire. En seguida mi patrona le dijo: “Dame ya la pistola”. Yo no me pude dar cuenta de si Héctor le dio o no la pistola a mi patrona. Y fue en esos momentos cuando se escuchó la detonación. La señora dijo entonces: “¡Ya me mataste!” A esto, Héctor respondió: “No, yo no te maté”. Finalmente mi patrona salió del patio y fue a la puerta, gritando a Julieta, que es una amiga suya”.

Como se ve, en lo declarado por la madre del muchacho detenido y en lo dicho por la sirvienta, hay algunas contradicciones. Estas serán aclaradas por las autoridades que están conociendo del misterioso caso.

 LA VERSION DE PRESUNTO HOMICIDA

Por su parte, el joven detenido refirió ante el mismo funcionario, después de relatar todo lo referente al viaje hecho a Los Pinos, que en el trayecto de regreso la hoy occisa le insistió mucho para que se tomaran unas cervezas. Luego le indicó que tenía deseos de tirar al blanco, y cuando llegaron a su casa y ambos se encontraban en el patio, a proposición de ella convinieron en tirar al blanco.

“Teniendo ella la pistola en la mano, quizá se le resbaló y el arma, al caer al suelo se disparó. El proyectil fue a incrustarse en su cuerpo y esa herida es causa de su muerte, muerte que fue accidental”, terminó diciendo Héctor.

Terminadas las diligencias en la Delegación, el agente investigador determinó enviar al joven Héctor Meixueiro Kuntzy a la guardia de agentes de la Policía Judicial, a fin de que en esta dependencia prosigan las averiguaciones.

El cadáver de la infortunada mujer fué remitido al Hospital Juárez, para la autopsia de rigor.

*

La muerte de Bertha se difundió con la eficacia propia de las malas noticias. Además de sus hermanos, primos y sobrinos mayores, entre las primeras en enterarse estuvo Teresa Vilalta, quien esa misma noche dio aviso a la Presidencia de la República y contrató los servicios funerarios de la agencia de inhumaciones Tangassi, eligió el ataúd y avisó a los amigos de Bertha la ubicación de la capilla ardiente en que fue velada. Sobre la madrugada del día 18 ordenó cuatro cirios que fueron colocados en torno al féretro de su amiga, y en el curso de la mañana gestionó en la anda que Bertha fuera sepultada en la sección de actores del Panteón Jardín de México, en una tumba a perpetuidad.

Muchos familiares y amigos la acompañaron a su última morada. Como ocurre en el medio de las artes escénicas, el sepelio tuvo un inesperado sabor de fiesta —fiesta amarga, si se quiere—: sus ex-compañeros contrataron un mariachi que estuvo tocando las canciones que le gustaban hasta que su cuerpo quedó inhumado y cubierto de flores.

*

Reconocimientos

Todo lo sabemos entre todos.

       JEP

Debo este ensayo biográfico a las invaluables aportaciones de mis hermanos Margarita, Miguel Fernando y Ernestina Rodríguez Castañeda; a las de mis primos Abraham y Alejandro Cárdenas Castañeda, Adela Rodríguez Amaya, Jesús Castañeda Téllez Girón, Ricardo Castañeda Guzmán, Virginia Elaine Gonzales Fraijo, María de los Dolores Báez Vda. de Cárdenas y Margarita Castañeda Rivera, quien además de sus extraordinarios testimonios me ofreció su colección de fotografías y documentos sobre mi tía Bertha.

Naucalpan, agosto de 2015


[1]. Enrique Rajchenberg. Tradición e identidad. La clase obrera de Orizaba 1900-1920.

http://codex.colmex.mx:8991/exlibris/aleph/a18_1/apache_media/MCG7CDXVBPUSRFI9CPPF75UR46R8M9.pdf

[2]. Ver https://ancestroscastaneda.wordpress.com/2014/02/ febrero de 2014.

[3]. Águila o sol. 1937. Arcady Boytler, director, con Mario Moreno Cantinflas. Minuto 28.

[4]. Esta información procede de la Hemeroteca Nacional de la unam, cuya colección agrupa este diario encuadernado en volúmenes que contienen una quincena. La edición del día 18 es la tercera del volumen que reúne los ejemplares del 16 al 30 de abril, cosidos de tal manera que no es posible leer completas las columnas próximas al margen.

Los primeros párrafos de esta crónica se encuentran en la columna de la izquierda de la página 23. Como la costura impide leerla completa, la transcripción presenta entre corchetes parte de las palabras, palabras completas o bien, espacios en blanco donde sería aventurado suponer las palabras invisibles.

[5]. Sin citarlo por su nombre, la nota se refiere a quien a la sazón era comodoro y posteriormente fue ascendido a almirante. En 1958, tras la renuncia del almirante Roberto Gómez Maqueo como Secretario de Marina y en vista de que el subsecretario del ramo, ingeniero Alfonso Poiré Ruelas, cumplía una comisión fuera del territorio Nacional, el presidente Ruiz Cortines nombró como Secretario de Marina al Almirante C.G. Héctor Meixueiro Alexandres del 1º de abril al 15 de septiembre de 1958.

[6]. La transcripción respeta la grafía original. En varios casos dice ‘Berta’ en vez de ‘Bertha’, aparecen monosílabos como ‘fue’ con acento y en otro más, la separación de las palabras no es la correcta.