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Don Juan Francisco Castañeda Popoca, (1816-1898) Parte VI

Continuación.

Más de medio siglo después, el 28 de enero de 1941, el doctor Gonzalo Castañeda explicó en una carta dirigida al doctor Rodolfo González Hurtado algunos detalles acerca de su niñez:

A los ocho años era yo todavía un salvajito, no conocía las letras porque no había aún pisado la Escuela; mi tierra era un pueblo apenas semi-civilizado. Cuando mi padre me llevó con el maistro, por primera vez, sentí vergüenza y tristeza al ver que unos niños menores que yo, pronunciaban palabras que no entendía, decían decámetro, hectómetro, miriámetro; esto me estimuló para apurarme y alcanzarlos. Después de un tiempo ocupé los primeros lugares.

De jovencito era yo acólito y cantor en el coro de la iglesia; les gusté para sacerdote a unos Padres misioneros que fueron por allá; yo encantado porque me iban a traer al Seminario de México; pero sobrevino un hecho que cambió mi destino y salvó a las gentes de un curita malo.

En los exámenes de ese fin de año escolar, obtuve como premio una beca o pensión para ir a estudiar al Instituto Científico Literario de Toluca; pero esa designación no tuvo efecto porque las Autoridades del Municipio prefirieron a otro escolar, hijo de un influyente del pueblo; mi familia era pobre y no figuraba. Sentido y molesto mi padre por esa alcaldada, me expatrió y me llevó a Cuernavaca con unos tíos, con la idea de que estudiara allí para maestro de Escuela. Tal vez notó en mi cara que eso me parecía poco, porque agregó: sí, hijo, pero de una Escuela grande.

He aquí las deducciones esenciales:

1. Gonzalo ingresó a la escuela en 1876, cuando Juan, su padre, tenía 60 años.

2. Por precaria que haya sido la enseñanza elemental en Zacualpan, podemos suponer que los niños estudiaban hasta el 4º grado. Luego, terminó en 1880, cuando Gonzalo se consideraba un jovencito —doce años— y su padre tenía 64 años.

3. “…mi familia era pobre y no figuraba”. —escribe Gonzalo.

Ante la injusticia que cometieron contra los méritos escolares de su hijo, en quien cifraba grandes esperanzas, Juan, en un contrariado arresto de dignidad lo expatrió a Cuernavaca con unos tíos, para que siguiera estudiando.

4. La vida de Juan comenzaba a declinar.

Para apreciar el grado de envejecimiento de las personas lo usual es que, en primer término, nos remitamos al dato objetivo de la edad cronológica: 70, 75, 80… En segundo término, aunque no tan conscientemente, observamos el aspecto físico y la actividad que despliegan. Y como telón de fondo, aunque no pensemos en ello, tomamos en cuenta la esperanza de vida de la época y la sociedad a la que pertenecen.

Pablo Picasso (1881- 1973), por ejemplo, a los 90 años continuaba la obra creativa que realizó durante más de 75 años: dibujaba y pintaba. “Se necesita mucho tiempo para aprender a ser joven” —dijo. Entre nuestros ancestros, Carmen Castañeda Olea (1914-2012), después de los 90 años aún practicaba yoga, viajaba sola en medios de transporte público y —toda proporción guardada— se concentraba frente al lienzo con paleta y pinceles; sensibilidad artística, aguda visión y un dominio notable de las técnicas del óleo y la acuarela.

En cambio, nuestro personaje, abuelo de Carmen, JFCP (1816-1898), se consideró y se comportó como viejo después de los 60 años. No declinaron su lucidez ni sus capacidades intelectuales, como lo prueban las memorias que escribió hacia los últimos años de su vida, pero es probable que lo hayan afectado grandemente el abandono del oficio de azoguero, que practicó desde que fue joven, y el hecho de verse obligado a vivir únicamente del pequeño comercio, que desde hacía tiempo practicaba como actividad suplementaria.

Es preciso tomar en cuenta, además, la esperanza de vida del país durante el Porfiriato, que apenas llegaba a los 30 años, así como el contexto cultural de Zacualpan en el siglo xix, donde la convención social consideraba viejos a quienes rondaban los 50.

Juan a los 58 años de edad, año de 1874

Un ejemplo cercano a Juan, de quienes morían antes de los 30 años, fue el caso de Eulalio Castañeda Morales (1850-1874), su sobrino, que para Juan fue una experiencia dolorosa. A la una de la tarde del 9 septiembre de 1874 tuvo que presentarse ante el Registro Civil de Zacualpan para dar cuenta de que lo habían matado.

Entre los sobrinos y nietos que Juan tenía entonces contaba Eulalio, hijo legitimo de su hermano, Felipe Neri Castañeda Popoca, y de Dolores Morales Mojica, quien había fallecido en mayo del mismo año de 1874.

Eulalio vivía en Gama, comunidad perteneciente al municipio de Zacualpan. Era panadero y estaba casado con Genoveva Nava, una muchacha a quien dejó viuda y con un hijo pequeño a los veintidós años de edad.

El acta de defunción de Eulalio informa que murió de un balazo al corazón. Su cuerpo fue sepultado en el campo mortuorio de Zacualpan.[1]

Acta defunción, homicicio  Eulalio Castañeda Morales 9 sep 1874

Acta defunción, homicidio Eulalio Castañeda Morales 9 sep 1874 https://familysearch.org

Juan a los 64 años de edad, año de 1880

El propio Juan nos deja saber que a esta edad ya no ejercía su oficio de azoguero con regularidad. En el siguiente episodio, sus palabras denotan, más que los efectos de la edad, la percepción que tenía de sí mismo como hombre de fuerza física e iniciativa menguadas.

Durante este tiempo su esposa Gabina, contaba con cuarenta y seis años y como buena comerciante, siempre buscaba cómo generar dinero para la subsistencia cotidiana de la pareja. Vendía carbón, zacate, jabón, etc. Probablemente lo hacía junto con Juan, en el puesto que él ponía en la plaza.

Aparte de este esfuerzo constante, un panadero le fiaba pan que ella vendía en las ferias de los pueblos cercanos. Ese negocio le rendía dos reales de ganancia por cada peso de pan. Con anterioridad a esta fecha, era su hijo Bernardino quien viajaba a las ferias con ella, donde habitualmente le iba muy bien. En 1880 Bernardino tenía veintiún años de edad y estaba empleado, de manera que no contaba con él para que la acompañara.

Se acercaba el último domingo de ese año y Gabina le recordó a Juan la proximidad de la feria de Tonatico[2] Gabina quería asistir. Eso dio motivo al siguiente diálogo:

—Ya llega la feria de Tonatico. Y dime si he de ir, para comenzar a arreglar tal ida.

—Pero hoy —le respondí— no hay quien te acompañe, porque Bernardino está empleado, y yo, sabes que soy muy inútil para desempeñar esa clase de empresas.

—Solamente quiero —me dijo— que me acompañes, que yo me entenderé con todo.

—Pues bien, te acompañaré —le dije—, y has cuenta que tú me mandaras como si fuera tu mozo, ó me llevaras de mozo, y haré cuanto me mandes y que yo sea capaz de hacer.

—Lo primero que tengo que hacer es —me respondió—, ver al panadero, si me ha de fiar la cantidad de pan que me entrega cada año, que arreglado eso, todo lo demás ya es fácil arreglarlo.

—¿A dónde vamos a pasar?, eso es lo que me tiene con cuidado.

—Pues no lo tengas, que tengo una familia conocida muy cariñosa ella, lo mismo que su hija y su marido.

Gabina y Juan salieron de Zacualpan aproximadamente el último domingo de febrero hacia Tonatico.[3]

Al llegar a Tonatico Gabina hizo contacto con el Regidor que asignaba los puestos en la feria, quien le concedió el que ella quiso.

Con anterioridad, Juan nos ha referido ya la práctica que tenía en montar puestos comerciales en plazas públicas. En eso se ocupaban cuando llegó otro regidor del Ayuntamiento y les advirtió que ese sitio se lo había apartado a un morcillero. Gabina se quejó con el Regidor. Ambos munícipes se disgustaron entre sí y discutieron en el afán de imponer su autoridad.

Al percibir que se imponía la autoridad del segundo munícipe, Juan medió en la discusión con espíritu conciliador y sugirió que les asignaran otro sitio para colocar su puesto. Gabina no quería convenir, hasta que “por fin le dieron un lugar que no tenía las varas” —es decir, que no estaba apartado—, donde finalmente se instalaron.

En este año la feria estuvo mal, con poca concurrencia. De los cincuenta pesos de pan que llevaban solamente vendieron dieciocho. Considerando los dos reales de ganancia por cada peso de venta, Juan y Gabina se hallaban en situación difícil.

No sabemos hasta dónde Gabina tomó al pie de la letra el ofrecimiento de Juan, de comportarse como si [él] fuera su mozo. En todo caso, era su esposo y en consecuencia lo respetaba como tal, por su edad y experiencia —además. Gabina preguntó:

—¿Ahora qué hacemos? —Y yo le respondí con su misma pregunta, añadiendo en seguida.

—Yo soy tu mozo, tú dispón y yo obedeceré. —Y dijo:

—Si nos vamos para Zacualpan, me debe dar mucha vergüenza volverme con mi pan.

El dueño de la casa donde se hospedaban se compadeció de ellos y para ayudarlos les propuso invitar a sus amigos a jugar tecomatillo[4] con apuestas de pan. El plan era que vendieran más.

Llegó la noche, y conforme ganaban o perdían en el juego, los invitados compraron “cuanto pan querían o podían”. La regla del dueño de la casa fue simple: quien perdía tenía que comprar más pan. No valía que lo revendieran entre ellos.

Juan y Gabina no sólo vendieron tres pesos más; también se divirtieron viendo cómo las piezas de pan cambiaban de mano a mano sin que ese trafique les causara asco.

Como todavía les quedaron veintinueve pesos de pan por vender, al día siguiente su anfitrión en Tonatico les sugirió que fueran a Las Salinas, lugar cercano, donde podrían cambiar el pan por sal.

Sin otra alternativa, Juan cargó el caballo con una porción del pan remanente y se dirigieron a Salinas, lugar cercano, donde hicieron el trueque por sal y tal vez otros comestibles.

Esa noche Gabina le dijo:

—Hoy me han dicho que en Tetecala se hace una grande fiesta que puede llamarse feria. Si quieres, como nos habíamos de ir para Zacualpan, a ver si en las rancherías cambiábamos por maíz, frijol, etcétera. Vámonos para Tetecala. Quizás allá, caro o barato, lo acabaremos.

Caro o barato, había vender el resto del pan. Decidieron salir para Tetecala, lo cual significaba andar una distancia un poco mayor de la que caminaron entre Zacualpan y Tonatico.

Al narrar el resto de esta aventura comercial, Juan nos dice que ya no es capaz de montar caballo a cuestas. Gabina buscó un arriero, quien calculó que para transportar el pan y los demás los bultos que llevaban —sal, maíz y frijol que cambiaron en Las Salinas, más su menaje personal— se necesitaban cuatro jacales y dos caballos.

Cargaron a las bestias, y para hacer la travesía, Juan y Gabina se alternaban el único caballo con cual contaban. Iban tan despacio que el arriero se adelantó “y ni modo de decirle espéranos ”.

Cuando finalmente llegaron, el arriero los esperaba en la orilla de Tetecala. Ya había conseguido posada para ellos, pero los recibió con la mala noticia de que uno de los caballos se cayó en el río Santa Teresa; a un jacal le entró agua y parte del pan se había mojado.

—Ya puede ser, pero ha de ser poco —le dijo Gabina.

Con esa, la última respuesta de Gabina, Juan suspende el relato de esta aventura. Lo deja inconcluso; no aporta más detalles, pero refiere un viaje muy interesante del cual quisiera saber más.

Por ejemplo: Si para llevarlos de Tonatico a Tetecala el arriero calculó que necesitaba cuatro jacales para transportar el resto del pan más la carga adicional, ¿con cuántos bultos o jacales llenos de pan, inclusive una maleta de enseres personales, salieron originalmente Juan y Gabina de Zacualpan? ¿A cuántas piezas de pan equivalía cada peso? ¿De Zacualpan habrán emprendido el viaje con más de dos caballos, o solamente uno con la carga y ellos dos a pie? Juan solamente menciona un caballo.

Desde el punto de vista económico pienso que esta aventura les resultó costosa pues seguramente tuvieron que pagar más de una noche de hospedaje, por mucho que solamente se hubieran alimentado del pan que llevaban. ¿Cuánto les habrá costado contratar al arriero con dos caballos, y comprar o canjear —tal vez con pan— cuatro jacales? ¿Lograron vender todo el pan, y cómo lo pagaron al panadero que se los fio?

Este viaje se extendió inesperadamente por lo menos una semana, y en aquella época, las tahonas no usaban sustancias conservadoras. ¿Cuánto tiempo habrá durado el pan sin endurecerse ni echarse a perder?

Me hubiera gustado recibir más información sobre esta interesante historia. Sólo me resuena el eco de la respuesta que Gabina dio al arriero sobre el pan que se mojó:

—Ya puede ser, pero ha de ser poco.

Gabina, conductora de esta aventura, siempre optimista como Juan, por encima de toda adversidad.

Juan a los 68 años de edad en 1884

En sus memorias, uno de los pocos episodios que Juan fechó —en 1884— fue tal vez una de las últimas oportunidades que tuvo para ejercer su oficio de azoguero. Se trata de una narración particularmente interesante porque allí despliega con naturalidad la terminología usual de la minería de entonces.

Al presentarla aquí, alternamos la narración de Juan con la glosa respectiva, para facilitar la comprensión de lo que cuenta.

Una época en el Mineral de Tlatlaya año 84

Hubo un nombrado Juan de Dios, que andando por aquel lugar tuvo noticia de una mina nombrada la Trinidad, y que tenía buenos metales; pero que tenía agua; y que era tan poca que podía desaguarse con botas en cinco o seis días. Dispuso entre él y otros desaguarla. (Tendría de profundidad cosa de doce metros).

Juan se enteró de que un buscador de metales preciosos, conocido como Juan de Dios, recibió noticias de una mina nombrada La Trinidad en las cercanías de Tlatlaya. Supo también que la mina contaba con una proporción considerable de metal explotable, pero por otra parte estaba anegada de agua, aunque aquella profundidad de doce metros podía desaguarse con botas[5] en cinco o seis días. Juan de Dios emprendió esa tarea con un grupo de jornaleros.

En efecto, ya desaguada encontró en el plan un clavo de metal que tenía una vara en círculo, pues era redondo. Dispuso desmotarlo bien, y después dar un cohete del puro metal, del que logró que cayera una piedra de seis arrobas[6] de peso, con dicha piedra marchó a México, a buscar avío.

Una vez desaguada la mina, Juan de Dios halló un clavo de metal —es decir, un trozo de gran pureza— de forma cilíndrica, que medía cerca de 84 cm. Después de desmotarlo hizo detonar una carga de dinamita con la cual logró que se desprendiera una piedra de alrededor de [80] kilos, muestra suficiente para llevarla a México con el propósito de conseguir financiamiento para explotarla.

Allá encontró a don Guadalupe Antolín, y este señor le habló a don Matías Elías del negocio que Juan de Dios llevaba, y entre Antolín y Elías hablaron a un español nombrado don Lucas de la Tijera, haciendo mención de dicha piedra, y diciéndole que todo el plan de la mina era de aquella clase de metal, y que tenía de ley quince marcos de plata por carga, pues Juan de Dios ya lo tenía ensayado.

En México Juan de Dios habló con Guadalupe Antolín quien a su vez, le planteó a Matías Elías la posibilidad de explotar esa mina. Juntos, Antolín y Elías le propusieron el negocio Lucas de la Tijera, un inversionista español, a quien le hablaron de la muestra y le dijeron que de esa mina era posible obtener un rendimiento de quince marcos[7] de plata por carga, según la prueba de ensayo que Juan de Dios había realizado.

Don Lucas mandó se ensayara en la casa del Apartado[8] y positivamente era de dicha ley. Luego se arreglaron en el avío, no sé bajo qué condiciones.

Para verificar la calidad del metal que la piedra contenía, don Lucas de la Tijera ordenó un nuevo ensayo en la casa del Apartado. Cuando comprobó que contenía le ley que le habían indicado decidió invertir y entregó recursos.

 

Antolín se vino para Zacualpan y me dijo todo lo que había pasado en este negocio, y que él estaba dispuesto a que debía recibir la posesión, por la Diputación de Sultepec, con una carta particular a don Higinio Goroztieta (diputado) y obra poder, para que a nombre de los interesados recibiera la posesión.

Guadalupe Antolín regresó a Zacualpan y expuso a Juan todos los detalles del negocio (evidentemente, tras invitarlo a tomar parte de este proyecto). Le dijo, además, que estaba dispuesto a recibir posesión de tal mina mediante la diputación de Sultepec, con una carta particular dirigida al diputado don Higinio Goroztieta.

Marché a Sultepec a pie, así lo requerían mis circunstancias; entregué mis cartas; y veinte pesos. Habíamos dispuesto salir para Tlatlaya al día siguiente; pero en la tarde que esto dispusimos, supimos de cosa cierta que Tijera debía llegar a aquel Mineral, el mismo siguiente día por lo que dispusimos no verificar la marcha como lo habíamos dispuesto; y como de tal venida del señor Tijera, ni Antolín ni nadie sabía nada, dispuse poner un correo a Antolín a Zacualpan.

Con un lacónico eufemismo, Juan refiere su estrechez económica por ese tiempo: carecía de dinero siquiera para alquilar una bestia de carga. No obstante, se fue a pie hasta Sultepec, como escala intermedia entre Zacualpan y Tlatlaya. Al día siguiente, cuando se disponían salir para Tlatlaya Juan se enteró de que estaba por llegar don Lucas de la Tijera. Juan detuvo la salida del grupo y envió un mensaje a Guadalupe Antolín, que estaba en Zacualpan.

Al siguiente día, a pocas hora de haber llegado Antolín a Sultepec, llegó don Lucas, y se dispuso que al otro día debíamos salir para Tlatlaya, como lo verificamos. Entre tanto me dijo don Higinio:

—Usted, por fin, ¿va a qué?

Esto fue ya casi para salir. Le respondí:

—Si señor, yo llegaré al pueblo después de ustedes; pero he de llegar.

—¡Qué bárbaro es usted!

—Voy a conseguir un caballo, y si usted no puede pagar el flete o no quiere, yo lo pagaré.

No se consiguió el caballo; pero consiguió un macho, y ahí nos tienen todos a caballo.

El Diputado se previno, para caminar, de un huacal de pan, café, azúcar, carne cecina, vino, etcétera, para él, su sirviente y dos mozos. Don Lucas solo llevaba una botella de vino, y Antolín y yo nada. Pero como Tijera, cuando bebía su vino hacía gestos, hacía que quería voltear el estómago, y nos decía:

—Ah, qué medicina tan endemoniada —por no convidarnos, (porque no ha de haber habido en el mundo un hombre tan miserable como él).

En el principio se lo creíamos; pero en una oportunidad que hubo, probé de su botella, y dije a los compañeros:

—Qué medicina ni talega: esto es vino y muy bueno que está.

Tenté las cantinas y les dije:

—Aquí lleva más.

—Pues ahora —dijo don Higinio—, comerá… No le hemos de convidar de nada supuesto que él es tan mezquino.

A Antolín y a mí sí nos daban a todas horas; pero para comer en el camino eran los veinte pesos que les entregué con las cartas.

Don Lucas observaría que no se le quiso dar nada de comer; pero aguantó ese día que llegamos a Amatepec. El siguiente a Tlatlaya, de paso para la Mina, que distaba una legua de dicho Pueblo, llevaba ya de Sultepec un minero de nombre Guadalupe Ordóñez, y éste, un hijo Remigio, y otros individuos, con objeto de trabajar. Probó el minero su gente: barreteros, dos paradas de día y dos de noche, desaguadores etcétera.

A la hora que fue de almorzar; le dice don Lucas al minero:

—¿Qué aguarda usted que no manda a estos a trabajar?

—Señor, tengo costumbre de dejarles para almorzar y que reposen una hora.

—Qué hora ni que… Más de dos llevan ya, y si me vuelve usted a responder con tanta altanería, lo agarro del braguero y lo aviento a esta barranca.

El pobre viejo se espantó y ya no habló una palabra. Yo dije en mi interior: “Qué malo le veo el ojo muerto a la vieja”, en fin: Dios dirá.

Luego que se arreglaron los trabajos, recibió Antolín la posesión de la mina; y el Diputado con los que lo acompañaban se dirigió a Tlatlaya, para que al otro día salieran para Sultepec.

Antolín dijo a Tijera:

—Le traigo a usted un azoguero que ha servido a don Roque Díaz, y azoguero ha sido toda su vida. Ese es su oficio.

—¿Y qué prueba es esa? —respondió—. También un burro toda su vida cargó castañas de vino, y jamás supo a qué sabía, pues nunca lo probó.

—Esa es una chirigota de usted —dijo Antolín— y estamos tratando en cosa seria.

—Vamos. ¿Cuánto ha de ganar?

—Cinco pesos semanarios.

—Por ahora es mucho dinero ése —respondió Tijera.

—Pues se volverá conmigo; pero con él se sabrían las leyes de los metales y se sabría la piedra que debe tirarse. —Esto respondió Antolín.

—Pues que se quede —dijo el otro.

Se bajaron los dos [don Lucas de la Tijera y el Diputado] ese día al Pueblo de Santa Ana, pues allí le pareció vivir mejor que en Tlatlaya. Al otro día subieron a la mina, y [Guadalupe Ordóñez] el minero procuró que saliera algún metal; y me dijo Antolín, delante de Tijera:

—Escójame usted unas piedritas de las mas vistosas, que quiero llevar a Zacualpan. —Y responde Tijera, encolerizado.

—¡No hay piedritas! Estaba yo fresco con gastar mi dinero para que usted se lleve el metal.

Antolín dijo:

—Era por solo curiosidad, no por llevar.

—Pues no, señor.

—Pues arreglados.

Al despedirnos Antolín y yo, le dije.

—Qué mal olor observan mis narices en la mina La Trinidad. Yo no aguanto acá mucho.

—Téngale usted paciencia a este cachupín, como yo se la he tenido. Que trabaje la mina, que gaste su dinero, si hay algo en ella después veremos. También a mí me tiene como una ascua, y si hay algo en ella, a usted lo he de tener presente.

Todos los días subía [de la Tijera] a visitar la mina, y antes de llegar comenzaba con un sermón. Un día, como a cincuenta varas antes de llegar, dijo muy recio:

—Esta oreja apuesto contra medio real a que todos ustedes se han echado a dormir, y el metal se lo han robado, porque desde aquí veo que ese no es todo el que debe haber salido en la noche.

El minero [Guadalupe Ordóñez] se disculpó como pudo. Yo tenía ya de amigo a uno de los que trajo Ordóñez y se ocupaba de pepenar; a quien supliqué que cuando llegara el amo y preguntara por mí, le dijera que no oía yo los golpes de los barreteros y que había dicho, que me iba con ellos porque si no, no hacían nada.

Como en efecto, [de la Tijera] preguntó por mí, el minero dijo no sabía dónde estaba; pero Moratilla cumplió con mi encargo y quedé por las nubes, es decir, muy alto. Pero yo me fui con los barreteros por evitarme de preguntas y respuestas.

Así, lo seguí haciendo; pero llegó la vez que cuando quise evadir el cuerpo ya no fue tiempo, pues don Lucas llegó más temprano que de costumbre. Entonces le recibí el caballo, le saludé con mucha atención, deseándole muy buena Salud; diciéndole que aunque salía poco metal que era muy bueno, que la mina era cata, que le faltaba rango y que entonces se encontraría bastante metal; que ¿cómo en una veta, nomás aquel clavo había de haber?: y me dice él:

Con ese ardid seguí evitando encuentros con don Lucas, pero en una ocasión me quedé sin oportunidad de hacerlo: don Lucas llegó más temprano que de costumbre. Entonces le recibí el caballo, le saludé con mucha atención, deseándole muy buena salud. Le informé que aunque salía poco metal, era muy bueno, que la mina era de prueba, de muestra, para reconocer la proporción de plata que probablemente se extraería, que faltaba profundizarla y explorar; que entonces se encontraría bastante metal. No era posible que únicamente se hubiera hallado aquel trozo cilíndrico de plata de gran pureza. Y me dice él:

—Aunque es poco el que ha salido esta semana, estoy contento, porque mire usted: con cuatro paradas habrán salido carga y media de quince marcos. Son veintidós y medio, y a ocho pesos nomás, son 187 pesos. La raya importará los 87. Desde la semana entrante, voy a dar orden al minero, que pueble ocho paradas, por consiguiente saldrá doble cantidad de metal y doble será la utilidad.

—Aunque es poco el metal que ha salido esta semana, estoy contento, porque mire usted: con cuatro puntos de extracción habrán salido carga y media de quince marcos. Son veintidós y medio [marcos], y a ocho pesos nomás, son 187 pesos. Calculo que el monto de lo que habrá que pagar a los trabajadores importará los 87 pesos a la semana, así que desde la semana entrante ordenaré al minero que coloque gente en ocho puntos de extracción, por consiguiente saldrá doble cantidad de metal y doble será la utilidad.

“Todo eso sucederá (dije en mi interior) como yo lloro por ella”.

“Todo eso sucederá —me dije, incrédulo— como las lágrimas que derramaré por esa utilidad”.

Ahora me ocuparé [de contar] cómo me fue con el minero, su hijo Remigio y Moratilla, el pepenador y amigo mío: Comenzaré con que el viejo [don Lucas de la Tijera] era déspota, decidor y muy amigo de contradecir.

Un domingo me quedé solo en la mina. Les encargué me llevaran de Tlatlaya cecina, queso, chiles, etcétera, pues tortillas había quedado una ranchera de tres o cuatro casas que por allí había, a llevármelas a todas horas de comer. Pero cuando llegaron mis compañeros, me dijo el viejo:

—No le traemos aparte nada; comeremos juntos todo él, pero con [lo] que usted encargó lo gastamos.

—Qué menos puede usted hacer de gasto —yo dije—. Amen. Pero mi[s] encargos no pasaban de cinco reales. Nuestro presidente ordenó que a cada uno de los tres nos tocaba una semana de cocineros: el quedaba ===.

—No podía usted haber gastado menos —dije—. Amén. El costo de lo que yo había encargado no pasaba de cinco reales. Nuestro presidente [probablemente se refiere a Guadalupe Ordóñez, el minero que dirigía el trabajo colectivo] ordenó que a cada uno de los tres nos tocaría una semana desempeñar el trabajo de cocineros; faltaba que a él le tocara, [luego, se las debía arreglar con los víveres que había comprado].

Continuara…

Ricardo Castañeda Guzmán y Rafael Rodríguez Castañeda,

Con la colaboración de Miguel Fernando Rodríguez Castañeda


[1]. Fuente: https://familysearch.org

[2]. Pueblo del estado de México entre Zacualpan e Ixtapan de la Sal, a 153 Km de la Ciudad de México. ‘Tonatiuhco’ en Náhuatl significa lugar del sol.

https://en.wikipedia.org/wiki/Tonatico Se puede escoger la lectura en español.

[3]. Juan escribió literalmente “y en un día de la semana antes del primer domingo de enero, salimos con dirección a Tonatico…”, pero más adelante informa que “Muy raros fueron los que vinieron … del Valle de Toluca porque creyeron que la feria sería al siguiente domingo, porque el sábado 28 de febrero cayó en ese domingo, que creían era la feria”. Probablemente se equivocó al citar la primera fecha. No es creíble que un viaje tan corto a un pueblo cercano, y portando mercancía perecedera, hayan durado dos meses.

[4]. Juego que consiste en sacudir un trasto con tres medios reales y al hacerlos caer sobre la mesa, ver si el lado visible de las monedas son dos águilas y un resplandor, o viceversa.

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Medio_real_de_Guanajuato_de_1856_(anverso_y_reverso).JPG

[5]. Barril de 516 litros

[6]. 11.5 Kg @ arroba española.

[7]. 230 g marco de Castilla. Durante esa época el marco era diferente en otros países europeos.

[8]. La antigua Casa del Apartado, antecesora de la Casa de Moneda, funcionó desde el Siglo XVII. Se construyó para realizar el “apartado”, un proceso industrial mediante el cual se separaba el oro que venía asociado a la plata extraída de las minas novohispanas.