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Como difunto insepulto, Un cementerio en Zacualpan, Edo. De México, Mex.

Una de las varias hondonadas que se encuentran en Zacualpan, Edo. De México, Mex.

Hondonada

Desde cualquier lugar de Zacualpan, es posible disfrutar de una vista panorámica portentosa. Los fundadores del pueblo eligieron la estratégica cima de un cerro dominante. La gran hondonada que la naturaleza zanjó al oriente magnifica todavía más la sensación humana de poseer con la mirada un vasto territorio bajo un celaje limpio, o con nubes impecables. Una infinita gama de verdes reviste aquí y allá el azul de las montañas.

Hacia el oriente, al fondo del irregular oleaje de la orografía, antes de los tiempos de la contaminación la gente podía mirar todos los días la cumbre nevada del Popocatépetl. Hacia el poniente la mirada se topa con un cerro demasiado cercano, donde se asienta el barrio de la Vera Cruz, una de las más antiguas cuadrillas del pueblo. Este contraste destaca las distancias. Hacia el sur, la vista se detiene en un prominente cerro y se pierde en la lejanía de la Sierra Madre Occidental.

Oleaje de la orografia

Oleaje de la orografía

Al norte, entre el amplio horizonte y la suave pendiente que se volvió calle principal, perfilada por techos donde predomina el rojo de las tejas, a escasa distancia hay una loma suave que los zacualpenses convirtieron en campo mortuorio.

Esta loma se reparte en dos cementerios contiguos, el cercano, visible desde Zacualpan, y el que está más al norte, en el declive opuesto de la loma. Los separan alrededor de 300 metros.  Para ir de uno al otro basta caminar un  poco.

A reserva de documentar la conjetura, es posible que el cementerio original lo hayan construido entre el siglo vxiii y el xix los emprendedores de la minería a gran escala. Es probable también que se haya tratado de un cementerio de acceso selectivo. Sabemos que en ese campo mortuorio había secciones que distinguían hasta cuatro clases y que en la cuarta clase, por ejemplo, fue enterrado un jornalero que “no testó por pobre”. Por otra parte, había muertos que eran sepultados “en un lugar especial”.

El asunto es que el campo mortuorio de la sección norte de la loma, cuyo ligero declive hacia el horizonte la volvía invisible desde Zacualpan, comenzó a caer en desuso. Por razones que desconocemos, los zacualpenses prefirieron inhumar a los muertos de este lado, en la pendiente sur, de manera que las tumbas ––o más bien, los monumentos erigidos sobre ellas–– se ven desde Zacualpan.

Cementerio desde Zacualpan

Cementerio desde Zacualpan

Fue tan grande la preferencia por este cementerio cercano que las tumbas se han densificado en la breve superficie de la loma, a tal grado que no hay siquiera una calle recta, y los estrechos pasillos se vuelven laberínticos, interrumpidos a los pocos pasos por la caprichosa disposición de sepulcros y capillas. No obstante, allí nadie se pierde: un laberinto es obligatoriamente horizontal y carente de perspectiva, y por angostos que sean algunos pasadizos; por saturados que estén los sepulcros en cada recoveco, la pendiente ofrece siempre la vista del pueblo a partir del eje de la calle principal. Y la perspectiva es recíproca: como si los zacualpenses quisieran ver desde su casa el paradero de sus muertos, gran parte del pueblo contempla su panteón.

Zacualpan desde Cementerio

Zacualpan desde Cementerio

Del cementerio original se habían olvidado. No es casualidad que ante la escasez de lugar para más fosas, contradictoriamente hablen ahora del panteón nuevo y caminen un poco más para reutilizarlo.

El panteón nuevo ––el antiguo, en realidad–– es una de las maravillas de Zacualpan. La crecida hierba indica que recibe escasos visitantes. Las tumbas son, comparativamente, pocas. Hay soledad y silencio. Se oyen tan sólo los insectos y el susurro del viento a través del follaje. El tiempo y la intemperie borraron las inscripciones labradas sobre sus lápidas centenarias para dejar constancia de la erosión. No es posible saber quién estuvo sepultado bajo cada montículo. Fueron muertos cuyos deudos también dejaron de existir y a quienes nadie conserva en la memoria. Algunas lápidas fueron removidas y quedaron allí, desubicadas. ¿Quiénes se tomaron el trabajo de desplazarlas?, ¿qué buscaban? ¿Encontraron restos óseos o simplemente polvo?

Arbol y muro

Arbol y muro, panteón nuevo

Entre los sepulcros centenarios se distinguen, escasos, los recientes. Difieren el color y el material. La fecha visible sobre la lápida de algunos data apenas de hace un cuarto de siglo.

En medio del llamado panteón nuevo y al lado de una docena de enormes árboles cuyas copas son tan altas que se ven desde Zacualpan existe un involuntario monumento al tiempo: es un elevado muro de piedra, vestigio principal de lo que tal vez haya sido una capilla. La antigua pared rectangular se yergue ocho metros a partir del suelo. Hacia el sur, al canto de la piedra lo cubre una pilastra de tabiques rojos ensamblada a soga y tizón.

Muro,  restos capilla panteón nuevo

Muro, restos capilla panteón nuevo

El centro de este oscuro paredón lo ilumina un vano donde acaso hubo un vitral con arco de medio punto. Tanto las dovelas como los bordes de este hueco, libre paso del viento, son también de ladrillos rojos. Hoy la esbelta ventana vertical es el arco del triunfo a la desconocida historia del Zacualpan de otros siglos. Hasta ahora, el muro se sobrepone a la intemperie, que no ha conseguido desmoronar el borde superior; recto labio donde han crecido yerbas y parejos cactus.

El panorama desde este cementerio es el mismo que ofrece la vista de Zacualpan, tal vez a menor altura, pero depurado de elementos distractivos para apreciar el horizonte azul y verde. El panteón nuevo es una de las más bellas obras del olvido. Gran número de zacualpenses desconoce su existencia.

Muro

Muro de antigua capilla con vista de ventana vertical

Este artículo es un elogio, pero también una profanación: temo que despierte la curiosidad de un número mayor de visitantes al antiguo cementerio. ¿Sabe acaso el municipio que debe protegerlo? Cuando en el “viejo” cementerio, de suyo saturado,  ya no quepan más tumbas, lo más sabio será construir un novísimo campo mortuorio en otro cerro y preservar este lugar entre los atractivos con magia de un pueblo obligado a cuidar su patrimonio.

Autor: Rafael Rodríguez Castañeda

Revisión y Montaje: Ricardo Castañeda Guzmán

14 de Julio de 2013 y 18 de febrero 2014